Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Foto con banco

08/02/2021

Sostiene Pereira que, cuando la pandemia cumple ya un larguísimo año castigando la salud y el bolsillo de los abulenses, le sorprendió la foto del señor Alcalde inaugurando los bancos que sustituirían a otros del muy deteriorado mobiliario de la ciudad. Unos días antes, también le sorprendió su foto junto al Papa. Una y otra le llamaron la atención porque no se sabe muy bien a qué vienen si no es por el prurito de salir «retratao» en los medios. Ni unos bancos tienen entidad para darles esa importancia ni la visita al Papa, en secreto y por sorpresa, tuvo objetivo que se sepa. Este cariño del señor alcalde por las fotos hueras mientras los temas importantes de la ciudad siguen empantanados no es señal precisamente de buen gobierno. Porque, mientras tanto, siguen sin presentarse los Presupuestos, la nueva piscina, parada; en ruinas y sin proyecto futuro la vieja estación de autobuses; con poca velocidad la Mesa de expertos sobre el agua; la RPT (Relación de Puestos de Trabajo) en dique seco aunque con una BIR (Brigada de Intervención Rápida), que es lo mismo que había pero con nombre rimbombante y la limpieza de la ciudad, las aceras y el asfalto en estado lamentable. Menos mal que las rogativas para que dejara de helar hicieron efecto y vino el agua a desatascar los montones de nieve en las calles y en los patios de los Colegios, además de deshacer los peligrosos espejos de hielo en las aceras. Aunque, quizás, esta última apreciación esté equivocada porque el señor alcalde, en una intervención televisiva urbi et orbi, se ofreció a todos los alcaldes de España para enseñarles cómo actuar eficazmente en las nevadas. 
A esta mala situación de la ciudad hay que unir dos graves problemas que afectan también a la provincia: la alta emigración juvenil y el paro, cinco puntos por encima de la media de CyL. Ante este panorama, Pereira buscó una vez más el placer de los libros al tiempo que algunas respuestas del ayer para lo que ocurre hoy. Se dejó llevar por el azar y, buscando en uno de los estantes de su biblioteca, llegó a sus manos un libro que no esperaba. Lo cogió y comenzó a leer: Una semana de lluvia. F. García Pavón, 1971. Dos días anduvo entretenido siguiendo las andanzas de Plinio y sus amigos contertulios por las calles y Casinos de Tomelloso;  por los usos y costumbres del pueblo, su gastronomía y sus vinos; por sus «dimes y diretes», sus bulos, sus mozas embarazadas y sus tragedias. Y la presencia constante de los coletazos de la Guerra Civil y de la lluvia.   
El comienzo le hizo pensar sobre la actual pandemia, «Hay que salvar la Navidad», y páginas más adelante, sobre la emigración abulense. Dicen esos párrafos aludidos: «Plinio, a pesar de ser hombre más que maduro, cuando llegaban los días feriados del pueblo, allá por la cola de agosto, se sentía renovalío y bullente. Tal vez, sus mujeres le contagiaban la comezón. Pasada la Virgen de agosto, cuando pintaban las uvas, presas de un telele ancestral, ellas empezaban la faena de enjalbegar la fachada, pintar las puertas y hierros de color verde -la portada un año sí y otro no-; encintaban el patio, lavaban los visillos y podaban los hierbajos de los arreates que festoneaban el corralazo trasero…c de suerte que, al llegar el día de la pólvora, víspera de ferias, la casa de puro relucía...¿Qué esperaban «sus mujeres» de la feria…? ¿Qué aguardaba el propio Plinio...?».  
«– Te encuentro un poco laborista, Braulio –le dijo don Lotario.
– No hombre, es la pura verdad… Apenas pinta la mañana del lunes, con su hato un poco modernizado y sin aperos ni oveja, toma otra vez el autocar madrileño que lo llevará hasta la pobre cama alquilada, hasta la obra del barrio elegante o lontano y a esa otra soledad de seis días llena de gentes extrañas y ruidos de motores. Trocó el campo por la ciudad, las abarcas por los zapatos, la varja por la maleta, el perro de sus soledades por el transistor, el tabaco picado por el «celta», la manta por la gabardina y la mula por el autocar de línea. Pero su apartamiento de la familia y la necesidad de buscarse el trabajo más allá de la glera del pueblo, sigue. Y su condición de mano, no de hombre entero, sólo de mano de obra, continúa igual que siempre.
– Desengáñese usted, don Lotario, seguía Braulio, que las cosas sólo han cambiado en apariencia y semeje. Pero los resortes del mundo siguen siendo los de siempre. Es ley de vida, según parece en los siglos que van, y ya son muchos, que unos cuantos, llámense reyes antiguos, nobles menos antiguos, negociantes o empresas, vivan a costa de los demás, apoyados en la mano de obra de otros...».