Ismael del Peso Jiménez

Los hollines de las llares

Ismael del Peso Jiménez


Paco Motilva. Fragmentos Perennes

06/02/2023

Hubo una España pasada. Probablemente necesaria. La fase de larva en la metamorfosis de la mariposa que hoy liba entre las flores de la España rural. 
Los centros docentes eran escuelas. Y en las escuelas no había profesores. Había maestros. Lo más parecido a los modernos centros de salud eran la casa del médico y del boticario. Pagar, pagar, lo que se dice pagar eran muy pocos los que podían permitirse disponer de dinero para medicinas. Pagaban en la botica con una talega de fréjoles, una tarra de lomo en adobo de la matanza, una cesta de huevos, un cordero o un cabrito. 
Cuando alguien enfermaba se llamaba al médico que a cualquier hora día y noche se personaba en el domicilio con un maletín repleto de artilugios que parecían salidos del sótano del averno. Con agujas de sutura que al verlas buscabas el talabartero y la lezna y jeringuillas de cristal de agujas intercambiables que parecían más propias para vacunar vacas en el pescuezo que para hincarse en el culo del enfermo. En la llegada del médico con aquel maletín infernal advertían los más pequeños el rictus de Lucifer. Pensándolo bien, médico, jeringuilla y vaca son una conjunción histórica y trigonal. Tanto, que el término vacuna (del latín vacca) se acuñó allá por el año 1798 cuando un médico británico comprobó que las mujeres que estaban en contacto directo con las vacas afectadas por la viruela presentaban inmunidad ante la enfermedad cuya variante humana mucho más despiadada se cobraría la friolera de 200.000 vidas en Europa. Se aventuró a inocular el contenido de una ampolla purulenta de una vaca afectada al hijo de su jardinero de ocho años y quedó inmunizado de forma permanente. Repitió el ensayo con una veintena de niños y obtuvo análogos resultados. La sociedad se asentaba sobre los pilares de la Iglesia y el clero no vio con buenos ojos el uso de propágulos de animales enfermos para la sanación humana. Carlos IV Rey de aquella España acorchada (cuya hija había muerto recientemente por la misma enfermedad) decidió distribuir la vacuna entre la población. Incluso su médico personal partiría en un largo viaje hacia los territorios españoles para llevar el gran descubrimiento. Le acompañaría una mujer. Isabel Zendal que se convertiría en la primera enfermera en misión internacional. 
Aún quedan maestros en las escuelas y médicos en los pueblos.
Médicos cuya jornada dura lo mismo que duran los días y sus noches. Son médicos vocacionales. De esos que basta un paseo de veinte minutos partiendo jaras en una ladera para decirte: "Convendría revisar esa cadera, porque no aploma del todo bien". Y tú piensas: "Qué me está diciendo? Que si fuera un mastín en un concurso no pasaba la primera ronda, ¿no? Junta corvejones, aparente displasia, falta de armonía en los movimientos y aplomos descompensados".
Así es Paco Motilva. No se le escapa un detalle. Habiendo pasado su infancia de la mano de la Virgen de Chilla en tierras de Candeleda es un médico que en su infancia tuvo escuelas y maestros. La escuela del campo y la Naturaleza donde sientan cátedra los valores y principios básicos de la vida. 
Francisco Motilva Peralta. Médico de Navaluenga. A secas y sin el Don, que no le gusta. Porque en la humildad y la sencillez está la llave del éxito, de la cercanía y de la grandeza. El Don lo lleva consigo, le guste o no. Tiene el Don desde la cuna. Forma parte de su esencia y de su identidad. 
-"Si me llamas de usted, no te contesto", dice a menudo...
Al entrar de buena mañana en su consulta, frente al ordenador se sienta el médico, cirujano, el sicólogo, consejero y estoy seguro de que a menudo asesor matrimonial. Sabe afrontar los desafíos propios y los problemas ajenos con la templanza del sabio y la serenidad de la madurez. 
Paco termina las consultas, se quita la bata de médico, y el mismo Paco Motilva que entró por la mañana en consulta con su maletín moderno y lejos de parecer salido de las entrañas del averno, abandona el consultorio con atuendo campestre y cercano para dedicar tiempo a otra de sus grandes pasiones. La fotografía de Naturaleza. 
Me pondrían en un serio aprieto si tuviera que definir si es mejor MÉDICO, FOTÓGRAFO o AMIGO. No es un error ortográfico. Los tres adjetivos están escritos con mayúsculas. 
Dos veces ganador del primer premio de la Feria Internacional de Turismo Ornitológico. Aunque a él no le infla el ego ni le horada la modestia ni estos reconocimientos ni ningún otro. Su premio es disfrutar de sus pasiones y compartir creaciones. Sin hambre de éxitos efímeros. 
Las aves son su debilidad. Especialmente el Pito Real, especie por la que siente especial devoción amén de ser gran conocedor y admirador de las rapaces y animales tan esquivos e ingratos a menudo de trabajar como las ginetas y las garduñas. 
Especializado en la fotografía de alta velocidad tiene verdaderas obras de arte. 
Una salida al campo en compañía de Paco Motilva es toda una experiencia. Nada le pasa desapercibido y nada queda en manos del azar. Con las dotes de observación de un apache y la resolución y soltura en el campo que sólo se curte durante la cuna, es capaz de procesar a la vez las voces de los pájaros, los rastros de los mamíferos en el suelo de una trocha y las posibles ubicaciones de posaderos y escenarios para cada uno de ellos en una foto potencial que ya, desde la primera impresión de sus huellas su cabeza ha empezado a procesar. Cuidando al milímetro cada detalle, cada efecto de luces y sombras, cada enfoque y cada encuadre, obtiene fotografías de una calidad que hacen que los momentos de la vida en la Naturaleza sean todavía más apasionantes y atractivos. 
En el consultorio congela las verrugas y en el campo congela momentos e inmortaliza fragmentos de la vida. Una colección de instantes que quedarán para siempre retenidos desde la perspectiva de su retina, para el disfrute y deleite del resto del mundo. A través de la mirada de su tapetum lucidum (propio de los grandes cazadores) podemos ver a través de sus ojos disfrutando la pulcritud de su forma de apreciar cada detalle. Cazador de imágenes y coleccionista de momentos.
Supongo que el sueño de todo médico vocacional. La inmortalidad. El elixir de la vida eterna. La perpetuidad del fragmento de un instante tras su mirada perenne. La mirada del azor. Descifrando cada partícula del tiempo que logra detener en cada fotograma. Nada pasa inadvertido a su membrana nictitante.