José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Adanes a gigantón

22/01/2021

De pequeño, en mi casa, no era igual ser llevado a caballito a las espaldas o a horcajadas sobre los hombros—como hacen los padres con sus retoños en las cabalgatas no estáticas de Reyes—. Esto último era «ir a gigantón».
Siempre lo he recordado luego al escuchar una frase atribuida al filósofo francés Bernard de Chartres y usada por Isaac Newton: «somos enanos a hombros de gigantes». De mis favoritas: un recordatorio de nuestra insignificancia en el engranaje de la Historia, la evolución y el conocimiento humano. La gente la usa con falsa humildad para colocarse a la estela de inspirados genios y triunfadoras figuras predecesoras en su ramo, creyendo titanes solo a aquellos que atinaron y sin entender que al progreso tan esencial le es un acierto como un fracaso. Los intentos errados muestran por dónde no se ha de transitar ya más, mientras que los correctos tan solo abren puertas a nuevos interrogantes; lo dijo Edison tras mil pruebas fallidas, él no había fracasado en lograr una bombilla, sino que había aprendido mil formas de cómo no hacerla. Los hombros de los hijos de Urano que nunca llegaron a la meta son tan válidos para auparnos como aquellos laureados. Incluso la presidencia de Trump —no tendrá muchos colegios o bibliotecas con su nombre— ha ayudado a mostrarnos con meridiana ejemplaridad cómo puede acabar un país, lección que quizás no hubiéramos captado con otro gigantón —o cabezudo—. 
Ignorar el pasado no solo condena a repetirlo, sino que nos lleva a la exigüidad y al adanismo, algo tan de moda hoy en día. Lo anterior no vale, hay que hacer tabula rasa y comenzar desde cero, solo yo tengo respuestas a los problemas, soy el primero que me enfrento a ellos. El mundo empieza conmigo; aún peor, el mundo soy yo y mi selección de lo que ya ha sido, que refuerza mi mensaje y credo, ignorando los mil intentos similares de bombillas destrozadas enfrentando las mismas erradas soluciones a los mismos problemas. Nada nuevo bajo el sol, decían los clásicos.
Pero además elevamos a estos juveniles adanes a la primera línea política, creyendo que su mera ilusión y energía resolverán el mundo sin haber pasado antes por él: de la adolescencia a la gestión política como forma de vida. La juventud es un valor innegable, aporta empuje y ambición, fuerza e innovación, pero son pocas las disciplinas —quizás las matemáticas, los deportes— donde la excelencia y la máxima capacidad se alcanzan tan pronto. Lo normal es necesitar del tamiz de la madurez, la veteranía y la mirada retrospectiva, que nos enseñan que lo razonable en la vida es la duda y no las convicciones, que lo que creemos cierto con furibunda pasión un día suele estar sujeto a ajustes al siguiente, en el caso mejor, o es barrido por nuevas realidades en el más habitual. No quiere decir abandonar la búsqueda de la bombilla perfecta, pero sí hacerlo con la humildad de los pigmeos y desde el respeto a lo que ya fue, que tiene el indudable valor de haber andado el camino que nos queda. Dudar, y al llegar al final, volcar nuestra experiencia sobre los que vienen, que, a gigantón de ajados Goliats y Cíclopes encorvados de fallos, pero llenos de sabiduría, podrán comenzar a otear nuevos horizontes.