Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Ávila cambia

29/11/2022

Una noticia reciente: las monjas Siervas de María, se van. Quienes las conocieron, recordaran aquellas salidas de su convento, cuando ya entraba la noche, con sus carteras o bolsos donde llevaban sus batas blancas y sus útiles, a veces en parejas cuando su trayecto a pie era común, o solas, para acercarse cada una a los domicilios que habían encargado y pedido ayuda a estos ángeles nocturnos, en silencio y discretamente, para hacerse cargo de la atención de aquellos enfermos que necesitaban vigilancia y cuidados continuos, mientras los familiares descansaban. Al amanecer, de la misma manera, volvían a su convento en el palacio de los Almarza, declarado BIC, frente al edificio de la Delegación de Hacienda, hoy Agencia Tributaria, que en su mejor época tuvieron su capilla en el vestíbulo y abierta al público, siendo uno de los últimos capellanes don Vicente Aparicio, el gran conocedor de la catedral, llegando hasta tener Monumento el día de Jueves Santo.
Contando solamente lo que pasa en la ciudad, no en toda la provincia, y solamente en los últimos años, antes que ellas se fueron las agustinas del convento de Gracia, lugar con tantos recuerdos de la santa Teresa joven y con la mente dispersa, como cualquier joven de todos los tiempos, donde se inició su vocación de la mano de doña María de Briceño, ejemplo que siguió, no en esa orden agustina. que la parecía demasiado severa, sino en el Carmelo de la Encarnación. Quien no recuerda a sor Teresa, activa y vivaracha, o a la siempre dispuesta sor Inmaculada, la hermana portera amable y servicial. Cuando tenían buenos ojos, en cuantos trajes o camisas de señores repararon los agujeros hechos por las chispas de aquel tabaco de picadura, que los dejaban perfectos. Amén de tantas obras de costura que les encargaban, y dotaciones para curas e iglesias Y como complemento, también eran guardamuebles de familias conocidas, en aquel inmenso convento.
Otras comunidades también se fueron, pero a medias, pues tenían echadas raíces en esta ciudad, dejando sus viejos monasterios que les parecían demasiado ruidosos en una ciudad que crecía e iba envolviéndolas y perdiendo su forma de vida retirada, como las clarisas, abandonando su magnífico convento, hoy casi en ruinas, conocido como Las Gordillas, que está a punto de perderse por la dejadez de muchos responsables. Y se fueron a uno nuevo tras la tapia este del monasterio de los dominicos de santo Tomas, llevándose hasta el nombre de la calle, calle de la Luna, donde aguantan con la fabricación y venta de sus dulces, y su residencia aneja. Lo que tenía de valor artístico la antigua iglesia, como el sepulcro de su fundadora y personaje histórico de Ávila, Dª María Dávila, viuda de Núñez Arnalte, fundador del monasterio de santo Tomás, también virreina de Sicilia, con su segundo marido Fernando de Acuña, religiosa y fundadora de edificios abulenses como la capilla de la Virgen de Las Nieves, o la ermita de Sonsoles. El sepulcro de alabastro, obra de Vasco de la Zarza, debería ser visitado y sacar algún provecho turístico. La otra comunidad que se fue, es la las cistercienses de santa Ana, hoy sede de la Delegación Provincial de la Junta de Castilla y León, a los cerros altos de Sonsoles, donde no se sabe cuánto duraran, mas bien poco, pues padecen el mismo mal de reposición de vocaciones, y la edad no perdona. Este problema lo han solucionado (¿) las concepcionistas franciscanas del convento de la Magdalena, junto al Mercado Grande, con sangre joven de otros lugares. Sus trabajos de encuadernación son bien conocidos, y así se mantienen.
Y qué decir de los hospitales, inundados de un laicismo en lo público, de donde las expulsan, cuando todo lo que ofrecen es dedicación extrema y amor. Se fueron de la clínica, hoy hospital de santa Teresa, frente a la Sierpe, donde residían en su última planta. Se fueron las hijas de la Caridad, de san Vicente de Paul, del hospital provincial, cuando todavía dependía de la Diputación. Se fueron de la llamada Casa de Misericordia, pues hoy es otra cosa, también residencia de ancianos, pero sin monjas. Se fueron las carmelitas que atendían, mientras estuvo abierto, el colegio-residencia de chicas estudiantes, del P. Enrique de Ossó. Se fueron las monjas Reparadoras, dejando su convento neomudéjar del s. XIX frente a la puerta del Rastro, hoy remodelado su interior e iglesia, para viviendas y oficinas, instalándose, eso sí con su exposición permanente del Santísimo en su minicapilla, un privilegio, y las pocas que quedan, la mayoría tituladas enfermeras y van de paisano, en una casa de pisos vecinal en la calle de las Eras.  La última despedida de la ciudad, de ayer, es la de las hermanas misioneras carmelitas, que tenían su casa en Las Hervencias, que contaban sus experiencias de entrega de veinte o treinta años de misiones en África o América.
Y se van para nunca mas volver. La Ávila conventual se nos va. Resisten las carmelitas de San José y de La Encarnación, porque todavía las protege la universal Teresa de Ávila. Pero Ávila cambia, en algo casi desapercibido por la mayoría distraída en otras cosas, y minusvalorado por las autoridades. Ávila, sin monjas, será una ciudad mas, aunque tenga murallas, pero no tendrá tapias conventuales que imprimía un carácter único.