Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Lo que cura

12/05/2023

Ayer tuve el honor de coordinar un encuentro literario en la radio de la Universidad de Salamanca. Hubo varias mesas de diálogo en la que hablamos de poesía, mística, espiritualidad, narrativa, los idiomas diversos de de nuestro país, los autores que han pasado por nuestras tierras, los que han volcado en sus libros las inquietudes propias, que después podemos hacer nuestras, porque la universalidad de los pensamientos y de los sentimientos en indiscutible.
Al menos una veintena de personas pasaron por los micrófonos para aportar su sabiduría, su experiencia en las diversas áreas, su análisis de pensamiento y filosófico alrededor de figuras como Teresa de Jesús, Fernando de Rojas, Carmen Martín Gaite, Luciano Egido. Escritores, poetas, pensadores, dinamizadores culturales, todos en torno a una mesa, distendidamente, enseñando, leyendo poesía, trayendo las palabras de los que no están pero que permanecen, partiendo del núcleo del hombre pensante y reflexivo como esencia de la humanidad, del estandarte de la libertad de pensamiento y de creación como valor insustituible, imprescindible.
Más de tres horas, con cadencia leve, en la que no se levantó la voz, en la que prevalecía la escucha y el diálogo de forma natural, tácita. Más de tres horas de concentración en el hecho literario que en realidad es el ser humano venido a conducir el inmenso oleaje de palabras que expresan lo que somos. 
Parecía una isla plácida donde estuve ayer, un reducto protegido del mar tempestuoso de afuera, con el que convivimos y vivimos, a veces malvivimos, en el que nos debatimos entre la necesidad de ser y la imposición de no parar. Porque para ser, a veces, hay que detenerse. No me refiero a una parada en los aspectos funcionales, sino en los íntimos, en los que dejamos apartados para no mirarlos, para no cuidarlos, a veces para no enfrentarnos a ellos.
Nos crean necesidades innecesarias, nos disparan con mensajes catastrofistas, nos obligan a no solidarizarnos con los que sufren convirtiéndolos en ficticias amenazas; atentan contra nuestras propias convicciones, indicándonos lo que es adecuado o no; nos señalan el camino para actuar de forma que nos sintamos aceptados; nos aleccionan sobre los que es políticamente correcto y y de lo que debemos huir. Y en esa vorágine no nos dejan parar, tomar aliento, detenernos, respirar. Apenas se crean islas en las que departir, compartiendo argumentos, confrontando argumentos, islas donde olvidar, sí, donde olvidar para reencontrarnos.
Escuchar ayer a los pensadores, a los creadores, en esas mesas literarias, me hizo darme cuenta de lo mucho que necesitamos esos espacios en los que expresarnos, donde aprender. Recuperar la oratoria como forma de enriquecimiento personal. Obviar durante un tiempo las tecnologías y quedarnos con lo básico, con la voz y la escucha, con el respirar y el sonreír. Compartir lo que sabemos y absorber lo que otros saben. Pedir aliento, pedir opinión y dar opinión. No estar en discursos vacíos, en declaraciones espurias de objetivos poco edificantes. Escapar de los  advenedizos, de los intrigantes.
Necesitamos buscar lo que nos cura, encontrar una cura a la decepción vital que nos provoca nuestro ritmo frenético. Buscar la cura al desasosiego y a la intranquilidad del porvenir, del mal llamado "buen futuro".  Debemos, estamos obligados a buscar la cura contra la insensibilidad, contra la falta de empatía, contra la imposibilidad de conectar con las personas de alma a alma. Debemos hablar más, mirarnos más, aprender más de otros, enseñar a otros. Lo que nos cura somos nosotros mismos, pero no solos. Nos curan los amigos, los poetas, nos cura la filosofía, el pensamiento místico, el pensamiento crítico. Nos curan los espacios de lectura, de charla, de ternura. Nos curan las miradas y los gestos. Nos curaríamos si quisiéramos ver exactamente lo frágiles que somos.