Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Las llaves por fuera

29/05/2022

Sucede a veces que llegas a casa derrotado de tanto día. Parece que te estoy viendo. A lo mejor traes un patinete robado en una mano. Y en la otra, millones de pañuelos llenos de mocos –ya sé que no son tuyos–. Y una niña de tres años y medio colgada del gollete. El santo en el cielo, tú por los suelos del rellano. Es muy probable que entonces M. comience a llorar; es difícil saber el motivo exacto. La cuestión es que llora y estas cosas se sabe cuándo empiezan, pero nunca cuándo acaban. Habrá más mocos, quizás algún grito. Y cierras rápido la puerta de casa por miedo, no sé, a que se escape algo. El calor, por ejemplo. El gato. Tú mismo.
Piensas que ahora estás seguro porque aún no sabes, tú todavía lo desconoces, que te has dejado las llaves por fuera. Escúchame bien: al otro lado de la puerta de casa. Pone los pelos de punta tan poca profesionalidad. Porque así, a lo tonto, has convertido lo de allí en aquí, y lo de aquí en allá. Y el salón se os llena de pajarillos nuevos. Y la única alfombra que tenéis esconde un caimán en sus pliegues. Y en la habitación del fondo hay un poblado indio con un jurel encima del campanario.
Porque si las llaves están allá, se sobreentiende que ese lado es la casa. Así que, por descarte, la casa se te ha convertido en el mundo entero. No sé si me entiendes, chico. Un universo seminuevo, sin subrayar apenas, casi por estrenar. Habrá constelaciones por los cestos de la ropa sucia. Y cosas aún peores. Papi, cuidado con el dragón color fuego del pasillo. Figúrate qué de barro tendrá eso, con sus siete cabezas y sus diez cuernos, y una cola blanca que es como una escobilla del váter. Si alguno tiene oídos, que mire bien, porque M. ya no tiene mocos. Ahora brilla. Justo en este momento podría cazar águilas al vuelo.
Y tú mismo, si ella te lo pidiera, ibas a la guerra contra mil. Si fuera necesario, si lo exigiera el papel, podrías ser otra persona. Un tal Alfredo, quizás. Tú para ella un lobo bueno, de esos que apenas muerden: un trocito de niña con coletas cada ocho horas (desayuno, comida y pena). A estas alturas de la película la nevera está que trina y la bañera se os ha convertido en un barco pirata. ¡Tierra a la vista detrás de las orejas! Hay agua por el suelo, pero no te alteres todavía. No es para tanto. ¿Sabías que apocalipsis significa revelación? Pues eso.
Buscas las llaves de casa y en tu casa misma no las hallas. Porque tu hogar es ahora un enorme tobogán y los parques no tienen llaves. Y aunque tuvieran, qué bruja iba a aceptar a estas alturas que la encerraras. Tú no levantaste esto para poner candados. Tú preparaste para sus pies descalzos la mejor patria que pudiste. Quién te iba a decir a ti que el paraíso tenía tarima. Modelo Roble Nottingham.
Párate, sol. Y tú, luna, no te muevas. Y el sol se queda parado hasta que acaba la batalla contra el gigante que hace los rotos de todas las calles. Luego ya sí se llega la noche. ¿Qué tienes ahí? ¿Dónde? Ahí, en los zapatos. Ah, eso. Debe ser sangre de tiburón. A lo mejor va siendo hora de que descanséis un poco. Es complicado, ya sé. Nadie te explicó que algún día te quedarías sin hueco en tu propia cama. Pobre diablo. Un mundo entero es demasiado para estas sábanas. Escucha, hazme caso. Ponte aquí, en esta esquinita. No hagas ruido. Mira, joder, mira bien. Un universo ondulado reposa a tu lado.