José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


El precio de la silla

29/05/2022

El otro día no podía dejar de reírme con el director de esta cabecera cuando le conté una anécdota real. Tengo un conocido que había pasado tanto tiempo en el dentista, sufriendo, con confidencias, con chistes malos del tipo de que no nos vamos a hacer daño ninguno de los dos, que cuando se retiró el dentista en cuestión, le dijo: «¿Cuál es el precio de tu sillón? Que me lo quiero llevar a casa para tenerlo siempre así».
Especulábamos sobre las razones qué le pueden llevar a una persona a actuar así, pero desde luego está claro que si necesitas un sillón de dentista en casa para enseñarlo siempre que llegue alguien es evidente que tu dentadura está lejos de ser perfecta. Poco puede decir tu sonrisa 'profidén' de todo el tiempo y dinero que has gastado en el dentista, de todo lo que has pensado, soñado o acometido en ese sillón. Casi va a ser verdad que podía usarse la metáfora tan de nuestra añorada EGB de que calentaba la silla.  
Y luego viene el uso que le das en casa, puedes inventarte ante los tuyos una amistad más allá de la relación paciente-doctor, o los méritos innumerables de un ignoto premio Nobel de medicina, o simplemente trasmitir a los tuyos que el verdadero dentista eras tú, y tus nietos puedan contar en la facultad de Medicina que su abuelo era un pionero en el mundo de la ortodoncia, una clave de la instauración de la medicina, sino en el mundo, al menos sí en la provincia. No terminábamos de tenerlo claro ninguno de los dos.
Otra componente entró en el jocoso análisis. ¿Sería que era allí dónde se sentía libre este paciente? Sin necesidad de hablar más de la cuenta, con sus opiniones tenidas en cuenta, pero sin pesar en la ciega mano del odontólogo. La natural travesura se adentró un poco más allá. ¿No sería que era tal la sensación de ser el centro del universo en ese momento que estaría dispuesto a todo para mantenerse en el sillón? ¿No sería que todos los empastes, blanqueaduras, extracciones... no eran nada comparado con la magnificencia y la proyección del poder al exhibir y mostrar un sillón en casa? A fin de cuentas, ¿cuántas personas tienen un sillón de una consulta en su casa? Todos vamos al dentista, y casi todos volvemos, e incluso repetimos cuando nos toca, pero de verdad ¿cuántas personas conocen ustedes que tengan un sillón de consulta en su casa? Aquí existe en el Museo del Pueblo Noruego una sala con varios sillones para mostrar la evolución con todos los utensilios habidos y por desear que acompañaron la evolución de esta noble ciencia a lo largo de su implantación de Noruega, al menos desde que fue independiente en 1905. Y la verdad es que es algo digno de mostrar, incluso en su contexto.  Es necesario, pensamos en lo doloroso que debía ser en el pasado, y nos congratulamos de que gracias a la ciencia, ahora sea soportable sufrir el pequeño pinchacito de la anestesia como intervención quirúrgica mínima. Y es cierto que en esto estamos todos agradecidos.
Sin embargo, volviendo al sillón, pensábamos los dos, quién de los que vengan será el que lo tire cuando el abuelo ya no esté pululando por la casa. Podrán ser los hijos que no se pongan de acuerdo en llevarse el sillón sin venderlo a un precio abusivo, o encallado entre aquellos que lo quieran como si fuera el bien más preciado de la herencia, o dada la evolución de la odontología, se convierta en algo ridículo o antihigiénico de lo que merezca la pena deshacerte bajo sospecha de servir a oscuros intereses. Lo más probable es que acabe en un garaje o donado a algún museo local siempre aprovechando la muerte reciente del adquiriente, que si no el olvido que todos seremos convertirá en innecesaria la placa que acompañaría al sillón «aquí sufrió y mejoró su salud dental el egregio D. .... » Y ya ven todo esto, sin querer hablar de los dientes de leche, que en el fondo son dominio del Ratoncito Pérez.