Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


¡Gracias, mamá!

29/04/2022

Este domingo celebraremos de nuevo el día de la madre. Una celebración cada vez más necesaria frente a la devaluación de una misión que, posiblemente es la más bella y grande que puede llevar a cabo el ser humano. Una vocación que parece no estimular demasiado a las nuevas generaciones y que, en ciertos grupos, hasta es repudiada y minusvalorada.
Pero, ¿qué sería de nuestras vidas sin las madres? La inmensa mayoría de los que tenemos o hemos tenido una mamá, sabemos de las vibraciones interiores que suscita dicha palabra, más allá de estereotipos o reduccionismos sociales.
Una madre, no es solo una mujer dispuesta a dar a luz a sus hijos y a tener que cargar con ellos hasta que estén creciditos y puedan emprender sus propios caminos. Una madre es ese ser humano capaz de engendrar todo lo que más necesitamos, capaz de iluminar y llenar de sentido toda una existencia, forjar personas y con el suficiente bagaje como para ser felices y hacer felices a los demás.
Una mamá, más allá de convertirse –junto al papá– en compañera fiel de la vida, es esa mujer con la increíble virtud de rodear la vida y su desarrollo de algo que nadie más como ella es capaz de dar: amor incondicional, gratuito, entregado, oblativo, sin más pretensión que la de ver crecer sanos y felices a sus hijos. Es cierto que las madres, como todo ser humano, no son perfectas; nadie les ha proporcionado un manual de como realizar esa tarea; y, sin embargo, son capaces de hacer de la vida un manual único e irrepetible.
Los lazos que habitualmente se crean con la madre, es algo que permanece para siempre. Lo escucho a menudo, incluso, en personas ya muy ancianas: el recuerdo y referente principal casi siempre es la madre: se la quiere y no deja de doler su ausencia, y esa capacidad de dar seguridad, de unir la familia.
No hay profesión, ni misión, ni vocación más grande, urgente y necesaria que la de la madre: solo ella es capaz de forjar un camino sano en la persona, rodeándola de la suficiente autoestima como para afrontar la vida; solo ella –por supuesto junto al padre– es capaz de hacer sentir al hijo como alguien único, alguien especial. Sólo ella es capaz de iluminar de humanidad auténtica la vida: porque amando como ella sabe hacerlo, nos ayuda y enseña a saber amar de la misma manera.
Por todo ello y mucho más que cualquiera de los lectores podría escribir y relatar desde su experiencia, es tan importante este Día de la Madre. Como llamada de atención, como reconocimiento, como valoración de una vocación tan esencial. Y aún así, es tanto lo que debemos a las madres, lo que la sociedad debería reconocer y hacer en pro de esas mujeres expertas en amor y humanidad.
No basta celebrarlo un día. Pero, quizás, tampoco necesitamos más. Porque, al fin y al cabo, el día de la madre es cada día del año: porque nunca deja de amar, de pensar, de preocuparse por sus hijos. Una madre es el mejor símbolo de unos brazos y de una puerta abierta, siempre dispuesta a acoger, a consolar, a perdonar, a ayudar, a amar.
Según van pasando los años y uno va creciendo en sabiduría y experiencia, aprendiendo a comprender lo que verdaderamente es esencial y fundamental en la vida, se topa con una palabra irremplazable: mamá. Porque ella es el reflejo encarnado de lo más grande y bello que uno puede recibir de la vida. El éxito se acaba, el dinero se gasta, hasta el amor de otras personas puede apagarse, pero no el de una madre. 
Si, es cierto que hay gente que, por diversos motivos, no ha vivido esta experiencia y a quien le puede resultar difícil entender esta perspectiva. Pero no entiendo a quienes denigran la maternidad, o a quienes la consideran algo accidental. Una sociedad que olvida y arrincona el papel esencial de una madre, termina por privar a sus ciudadanos de lo más grande y bello que nos regala la vida.  Y es lo que más necesitamos para crecer de manera armónica y saludable.
Mi reconocimiento a todas las madres, a las del pasado y a las del presente, a las que no se cansan de darse y de luchar; a las que no renuncian a vivir el amor en plenitud; a las incansables; y a aquellas mujeres que, aun sin haber tenido hijos, no han dejado de ser «madres» para tantos seres humanos. Y a la mía y a la tuya, que aún siguen acompañando nuestros pasos, rodeándonos de eso que tanto necesitamos: el amor.

ARCHIVADO EN: Día de la Madre