Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


¿Fueron derrotas?

19/04/2022

Coinciden en este mes y en pocos días, el recordatorio de dos aparentes derrotas. Una ya ha pasado, la muerte de un ser tratado como criminal y revolucionario, ajusticiado de la forma más cruel. Con ello parecía que se acababa todo. Y, sin embargo, después de 2000 años, ahí está, porque no está muerto. Si hubiera sido un simple mortal, buenísimo, inteligente, maestro de unas enseñanzas de amor y de paz entre todos los seres humanos, que le han seguido durante siglos, pero si hubiera muerto, no sería nada mas que un capítulo en la historia de la humanidad. Pero murió, sí, pero ahí está su triunfo sobre la muerte, pues resucitó. Y ¿Quién puede morir y resucitar? ¿Quién puede tener ese poder? Los creyentes religiosos lo tienen claro, aunque la libertad inmensa que tiene el ser humano, con esa capacidad para creer o no creer, solo basándose en la razón, obvian la fe, pues la religión no son matemáticas, da solución a lo inexplicable. Aquella muerte no fue una derrota, sino el reconocimiento de algo superior, incomprensible, pero real: la existencia de un Dios, hecho hombre para nuestra comprensión, Jesús-Dios-Hombre, cuando la fe y la razón de aúnan.
Hay otra derrota, en otra dimensión no comparable, que quede claro, pero de la que se puede sacar alguna conclusión similar. Que los castellanos y leoneses, y podrían serlo muchos mas de esta piel de toro, hayan hecho de una derrota, una batalla que aparentemente dio final a un movimiento de trasformación política y económica, una revolución contra el poder absoluto constituido, es la fiesta principal de su entidad e identidad histórica, la derrota de Villalar, y puede ser también incomprensible. Por motivos personales me encontraba el otro día en Burgos, ciudad que me da envidia comparándola con Ávila (claro que tiene casi 180.000 habitantes, tres veces Ávila, y dos ríos que la cruzan, siempre con agua, el Arlanzón y su afluente el Vena, 40 líneas de autobuses urbanos magníficos, y la mejor agua potable de España), y acudí a un concierto de la orquesta sinfónica de Burgos, en el Fórum Evolución Burgos, que es el nombre del Auditorio y Palacio de Congresos, parte de un conjunto que incluye el museo de la Evolución humana, con todo lo de Atapuerca, un regalo para Burgos, pues parece que casi toda la prehistoria se encuentra allí) en el programa del V centenario de la batalla de Villalar, que aquí si se celebra con varios actos, como este concierto, cuyo programa lo formaban obras de dos compositores muy jóvenes, una mujer, María de Pablos, segoviana, de corta vida profesional pues una enfermedad mental la retiró muy pronto a los 25 años, con un Poema sinfónico titulado Castilla; y otro compositor burgalés, Antonio José, cuya vida terminó con una bala asesina en 1936, con una Sinfonía castellana, en cuatro tiempos. Cerraba el programa con un Himno a Castilla, también de Antonio José. Y acabada la sesión con una propina, siempre esperada al parecer, con el Himno a Burgos. Lo que mas me sorprendió y me emocionó, fue ver a todos los asistentes al concierto, puestos en pie, cantando, pues se sabían la letra, en un improvisado coro entusiasta, donde una de sus estrofas dice: «Tierra sagrada donde yo nací, suelo bendito donde moriré, yo te prometo consagrarme a ti, y dedicarte mis cariños, mis cariños mas fervientes, mis cariños y mi fe». Con independencia de la calidad del texto, y con una música como todos los himnos, era ver esa emoción en los asistentes, con algo que les unía y sentían, supongo, de verdad. Me dieron envidia una vez mas. Burgos, en la guerra de las Comunidades, estuvo al principio con los Comuneros, y después con el rey Carlos, con un Condestable que supo sacar provecho de ello, para beneficio de la ciudad. Que la historia la juzguen otros. Nosotros, los abulenses, somos tan fríos y apáticos que apenas sabemos sacar provecho de lo que tenemos o tuvimos, como La Constitución de Ávila que, junto a las Actas de las reuniones de los Comuneros en la catedral, cosa que se intentó destruir o se destruyó de verdad. De aquí salió la llamada Ley Perpetua del Reino de Castilla, que se presentó a la verdadera reina de Castilla, Juana, presa en Tordesillas, si, presa y no loca, que se la pasó al rey Carlos, el cual la hizo desaparecer. Ávila podría festejar mucho mas esta fiesta, que no derrota, si los investigadores dieran a conocer la verdad de lo sucedido aquí, aquellas importantes reuniones de las que queda solo lo anecdótico.