Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Pequeñas islas del Pacífico

07/05/2023

Qué pena de muchachos. Tan jóvenes y ya con las encías por fuera todo el día. Riéndose mucho siempre… pero riéndose de qué. Tú no sabes qué responder a eso. Solo ves que a veces ríen mucho y otras callan y los ojitos se les cierran. El corazón como loco, pero al mismo tiempo deshinchado. Qué pena, ¿no? Vivir así, entre los contrastes, igual que un código de barras. ¿No sabías que los espacios de los lados se llaman zona del silencio? No, claro. Eso lo has aprendido ahora porque tú no tenías ni idea de códigos de barras. Pues ellos lo mismo: negro, blanco, negro, blanco, negro. Y alrededor todo silencio.
Y te llega a clase el pack completo: la oscuridad, la luz y el vacío. Menos mal que te vienen escalonados. Abres el aula como quien abre un bar. Esperas a los primeros clientes limpiando vasos; alguno llega y se sienta. A las buenas noches. Quizás vivan en pequeñísimas islas del Pacífico. Eso explicaría que nunca vengan a primera hora, que algunos se vayan después del recreo. Tienen viajes largos, combaten el jet lag. De ahí lo de los ojitos cerrados. Tiene que ser cosa de los husos horarios, piensas. Debe de ser algo así.
Tú tienes un puñado de alumnos que suenan al andar. Los miras y no sabes si son medio niños o abuelos que regresan de singulares viajes. Tus chicos están en una edad indeterminada entre atarse los cordones solos y exterminar ciudades. Han recorrido caminos, igual que tú, pero ellos en algún momento perdieron la luz del farol y acabaron aquí, en esta clase que es un rebaño de almas descarriadas. Y al entrar se les puso una etiqueta y un par de orejas grandes como un burro. Monstruos que sobreviven pese a ser acéfalos y que llegan a alcanzar dimensiones prodigiosas.
¿Qué les vas a enseñar tú, si no distingues ni las partes de un código de barras? ¿Qué de nuevo les vas a contar, alma de cántaro, si ellos han combatido en el Pozo y venden camisetas con diseños exclusivos y saben apagar el interruptor de la luz con una muleta? ¿Qué sabes tú de domar ansiedades, de surfear pastillas? Llegas en plan salvador y no eres más que un botarate que quiere vivir de estudiarse la forma del ombligo. Cantando tus propias penas te estrechas, ya lo sabes. Siempre fuiste el increíble hombre menguante.
Pero tú solo piensas en ti. Y en M. y A. Tantos caminos por recorrer y tan fácil perderse. Tendrás que explicarles a tus hijas que de noche no se encienden las luces de las calles. Nadie está libre de quedarse a oscuras en medio de un escenario tenebroso, cuando los focos deberían iluminarte entera. Así es como se acaba en una minúscula isla del Pacífico, escuchad bien las dos a vuestro padre.
No me distraigas, por favor, que ahora viene lo bueno. Una revelación. Tendrás que decirles también a M. y a A. que tampoco sería demasiado grave que se perdieran, ¿no? Uno no es el sitio en el que está. Eso que dice Jarfaiter. ¿Desde cuándo conoces a ese tío? Lo de: «Mala zona, buenas personas». Se lo tienes que dejar claro a tus muchachos la próxima vez que abras el bar. Estáis aquí, pero no sois aquí. Sois todos los otros lugares en los que queráis estar. Deberías ir uno a uno susurrándoles al oído todas sus grandezas. Gritarles muy cerca que lo han hecho bien. Y ver entonces, extasiado, como se les abren los ojos.