Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


Formación del Espíritu Democrático

29/10/2020

Los que ya tenemos un cierta edad recordamos nuestro años de infancia, adolescencia y juventud de manera especial; sobre todo, en aquello que tiene que ver con los estudios realizados y los lugares que frecuentamos para nuestra formación. La escuela, el colegio –público y religioso–, el instituto y la universidad fueron espacios de convivencia, amistades y, especialmente, de estudio para la inmensa mayoría de españoles.
Latín, Griego, Historia, Geografía, Lengua española, Literatura, Matemáticas… y Formación del Espíritu Nacional (FEN) formaron parte de nuestro currículo y de nuestra vida, porque así estaban diseñados los planes de estudio nacionales. Mejorarán ligeramente en 1953 con Ruiz Jiménez, pero a partir de 1970 con la Ley General de Educación de Villar Palasí se iniciaría el lento declinar de la Educación en España que se irá desmantelando en democracia con la implantación de la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE, 1990), con una asignatura que se denominó Ética, y con la Ley Orgánica de Educación (LOE, 2006) y la asignatura Educación para la Ciudadanía. Y así hasta hoy, con otras nuevas e improvisadas leyes educativas, proponiendo en la actual y la próxima (ley Celaá) una asignatura denominada Formación del Espíritu Democrático sobre la base de enseñar una memoria histórica enriquecida por el sectarismo. ¡Y toda la estructura educativa de los últimos 80 años fue diseñada en los despachos políticos!
Cuando la persona indocumentada y carente de escrúpulos –arribistas y políticos, entre otros– se ha convertido en referencia para la sociedad española, comprobamos su bajo nivel educativo y, también, cómo nuestra Historia hace aguas, los espacios geográficos se desconocen, al igual que la procedencia de las palabras, su escritura y los padres de nuestro idioma; y, además, cómo está configurado el mundo en todos sus ámbitos.
La formación de nuestros hijos ha superado de tal manera todos los niveles de abandono y desinterés por las autoridades que nos representan, que la degradación del sector se percibe en muchos de los profesionales maltratados por los despachos de asesores ministeriales que, lejos de sugerir propuestas que impulsen la base formativa de los españoles, imponen unos modelos anárquicos, irresponsables, demagógicos, falsos y empobrecidos, que se rebelan contra el sentido común.
El nivel de conocimiento que tiene buena parte de la sociedad española no impide que llevemos años asistiendo a la destrucción cultural de nuestras generaciones. Los estudios generales que tuvimos en su momento, desde la postguerra, fomentaron un conocimiento amplio de nuestra realidad social, cultural, histórica, literaria o geográfica –una dimensión humanística en general– que nos ha permitido avanzar en nuestras vidas personales, tanto a nivel familiar como social, siempre desde la reflexión y el análisis de los hechos con madurez y rigor –aferrando pilares tan sólidos como el esfuerzo, el rigor, el ejercicio de la memoria, la disciplina y el valor del mérito– y todo ello superando criterios políticos. Como señaló Ortega «Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas» y esta idea ha desaparecido para dar entrada a criterios que se evaporan cada día que pasa: la permisividad, falta de exigencia y discriminación, pasar sin límite de suspensos, el café para todos… Y todo porque, como señaló Gabriel Albiac, nuestros jóvenes quieren algo sencillo y rápido, como si la formación se pudiera adquirir a base de tweets. El problema real, como comentó George Steiner, es que «los jóvenes ya no tienen tiempo de tener tiempo», actitud vital que agrada a los ideólogos y dirigentes depredadores de conciencias.
La España de las autonomías estableció los cimientos de un provincianismo pacato, irresponsable, lego en conocimiento y arbitrario en las exigencias formativas de las posteriores generaciones. La ideología y los intereses partidistas y regionalistas exigieron modelos educativos propios –gran error de nuestra democracia– cuando lo esencial  hubiese sido disponer de un modelo que sirviera para todo el mundo por igual, en el que se aprendieran los fundamentos humanísticos que toda formación requiere y no panfletos educativos en los que solo se habla de aquello que es propio a cada región. Claro que lo que se buscaba era imponer un modelo doctrinario que valorara lo distinto, pues, según algunos creyeron, se conseguiría lo más de lo más; es decir, un modelo de adiestramiento tendencioso, contaminado y manipulado.
Ningún dirigente contempló que la formación de los jóvenes era una apuesta por el progreso social; nada les preocupó. Solo atendieron a unas supuestas «necesidades» que identificaran dicho progreso con sus intereses ideológicos; es decir, odiaron la Educación. 
La improvisación descoordinada de la formación en España nos ha permitido tener a la «generación más preparada» de nuestra historia, pero también a una generación de indocumentados que son fáciles de manejar y pervertir porque evidencian lo más elemental: sus vacíos culturales (véanse los referentes políticos que tenemos). La calidad del sistema educativo ha bajado a unos niveles preocupantes para una sociedad que se considera estar a la altura de las mejores. La Formación del Espíritu Democrático no viene para solucionar nada, porque falta lo esencial; viene para adoctrinar pero no para formar a los españoles.