Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Cómplices

25/09/2022

Mahsa y su hermano acaban de visitar la mítica Torre Azadi, un monumento espectacular, símbolo de la modernización de Irán. Pese a que ya habían estado allí en más ocasiones, su arquitectura, con una silueta de mármol blanco y 45 metros de altura, les sigue sorprendiendo como el primer día. Ambos han acudido a la capital desde una pequeña población kurda para visitar a unos familiares. Todo transcurre con normalidad hasta que, dando un paseo por una de las céntricas calles de Teherán, un grupo de la denominada policía de la moral, formada por más de 7.000 personas anónimas que patrullan de paisano las calles para que se cumpla la ley, llama la atención a la joven. Mahsa lleva su hiyab de manera incorrecta, algo caído, dejando entrever parte de su morena melena. Tras una acalorada discusión, es detenida e introducida en un furgón. Va a recibir una hora de reeducación por no portar de manera adecuada el velo.    

Su hermano espera a las puertas del centro. Su idea es proseguir con la visita por la ciudad y continuar disfrutando de las vacaciones. Con él, hay decenas de personas que aguardan la salida de sus familiares. La tensa calma se rompe cuando se empiezan a escuchar gritos desgarradores que surgen del interior. Varias mujeres piden auxilio desesperadas. La tensión se eleva y el gentío comienza a aporrear las puertas para que las dejen salir. La reacción es contundente y los uniformados responden con porras y gas pimienta que consiguen enmudecer los ánimos. El miedo se transforma en resignación.

Unas horas más tarde, algunas afortunadas van abandonando la comisaría por su propio pie, pero la joven Mahsa es evacuada en camilla para ser trasladada en ambulancia a un hospital. Está en coma. Las autoridades se apresuran a indicar que ha sufrido un desmayo. Todo ha sido un fatal accidente. Sin embargo, esta versión oficial, acompañada por imágenes de vídeo editadas a capricho, pronto es desmentida tanto por sus compañeras de viaje, que constatan que había recibido varios golpes en la cabeza, como por sus familiares, que aseguran que el rostro de la mujer de 22 años estaba desfigurado y sus piernas totalmente amoratadas. Tras pasar tres días intubada en el centro sanitario, Mahsa fallece por un «ataque al corazón». La noticia corre como la pólvora por las redes sociales y en el país estalla una oleada de indignación que pronto se traslada a las calles.   

La transformación que sufrió Irán a finales de los años 70, con la irrupción de la denominada revolución islámica, que expulsó al sha de Persia y propició la llegada del Ayatolah Jomeini, cambió radicalmente las costumbres de un país que, hasta entonces, daba la sensación de estar más cerca del modus vivendi europeo que de los postulados más estrictos que implantó después el líder religioso.

Muchos -la gran mayoría clérigos, simpatizantes de izquierdas, familias progresistas y estudiantes...- creían que con la caída de la monarquía se conquistarían nuevos derechos, pero con el paso del tiempo el golpe de realidad fue tremendo, al percatarse de que el nuevo régimen había llegado para imponer más normas, muchas más restricciones y para coartar algunas de las libertades que ya estaban consolidadas. Las condiciones de la población y los derechos humanos, lejos de mejorar como ansiaba el pueblo, se fueron restringiendo y empeorando de manera alarmante.

Uno de múltiples cambios que se registraron fue el de la libertad de vestimenta de las mujeres. El sha de Persia aprobó en 1936 un decreto que prohibía la utilización de cualquier clase de velo islámico, incluso las fuerzas de seguridad tenían potestad para retirárselo a aquellas mujeres que aparecieran con ellos en lugares públicos o registrar sus viviendas para tratar de eliminar completamente su uso. La normativa suscitó un sinfín de protestas que se hicieron cada vez más fuertes, con miles de mujeres saliendo a las calles para defender su uso, hasta años antes de la llegada de la revolución islámica al país. El nuevo régimen clerical, una dictadura que hoy sigue gobernando con una dureza extrema, decidió volver a implantar la obligatoriedad del uso del hiyab, hasta el punto de poder ser detenidas, torturadas o castigadas con un número determinado de latigazos si no cumplían a rajatabla con la nueva legislación.

Cae la noche en Teherán. Varias mujeres queman sus pañuelos en una hoguera, cortan sus cabellos y bailan como protesta por la muerte de Mahsa Amini. La indignación es enorme. El régimen no ha podido poner freno a unos disturbios que dejan entrever el descontento y el hartazgo por unas leyes, impuestas en nombre del Islam, que, entre otras cosas, permiten a los hombres divorciarse de manera unilateral o prohíben a las féminas poder viajar sin el consentimiento de su marido. 

La mujer ha luchado durante siglos para alcanzar los mismos derechos y libertades de los que han gozado los hombres. Resulta extraño que algunos de los adalides de la igualdad, los mismos que enarbolan la bandera del feminismo, miren hacia otro lado y no se hayan pronunciado sobre este trágico suceso. El silencio les hace cómplices.

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