Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Mascarillas y cumplimiento de la ley

04/04/2021

Sigo con sumo interés las deliberaciones del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud que, entre otros asuntos, podía matizar si el uso de la mascarilla iba a ser obligatorio en cualquier playa marítima y fluvial, embalse, piscina, regato, acequia o charco.

Me interesaba especialmente por si el Consejo Interterritorial mostraba los arrestos suficientes como para contradecir al mismísimo Boletín Oficial del Estado y a los mecanismos legislativos, con esa truculenta novedad-globo sonda de que los tapabocas tenían que ir pegados a la cara casi hasta debajo del agua.

Lo divertido radica en que, salvo que hasta eso haya cambiado, hay toda una suerte de trámites parlamentarios para que una Ley entre en vigor y también para que lo pierda pero en estos tiempos políticos que corren, sabemos que cualquier cosa es posible.

Entretanto, tampoco se puede soslayar que la incidencia de la Covid-19 sobrepasa los 135 casos acumulados en dos semanas por cada 100.000 habitantes, es decir, que dentro de 15 casos más, podrían cerrar de nuevo el interior de los establecimientos hosteleros

Reconozco que a mí las vacaciones me dan igual. Lo que necesito es no sentirme burlado y vapuleado a cada paso que doy. Recuerdo que, hace unos seis años, Ada Colau, antes de convertirse en alcaldesa de Barcelona, aseguró que desobedecería las leyes que le parecieran injustas. Pues yo intento cumplir todas las normas a rajatabla, incluso las que me parecen más absurdas e injustas. Así que llevo siempre la mascarilla, incluso cuando estoy en una terraza.

Ahora bien, como se sabe, el freno a la pandemia tiene mucho que ver con la actitud individual de unos y otros y, por eso, es tan necesario lo que practica uno como lo que hace el resto del personal. Dicho de otra manera, que de poco sirve respetar escrupulosamente la normativa vigente si a los de la mesa de al lado les faltaría sólo quitarse los zapatos y ponerse el pijama.

En aras a poner freno a la extensión del virus tampoco entiendo que debamos andar por la calle esquivando a decenas de personas fumadoras, que hacen gala de llevar la mascarilla en la barbilla o colgada de una oreja mientras exhalan grandes bocanadas de humo. A propósito, recuerdo un estudio que hablaba de que quien esté contagiado y fume en público puede transmitir núcleos goticulares con carga viral a una gran distancia ya que, al parecer, tienen cierta tendencia a asociarse con otras partículas y a viajar plácidamente en corrientes de aire que bien pueden topar con la conjuntiva de algún incauto con defensas dudosas.

Luego está el apartado de los corredores, mejor dicho, los ‘runners’. En mi época, se decía ‘corredor’, un término que, claramente, hoy se considera impropio y escasamente ‘cool’ porque no hay un alma que lo utilice. El deportista, ataviado con una espectacular ropa ‘técnica’ multicolor, te mira a la cara con determinación, entrecierra los ojos, baja levemente el tono de la voz y musita: ‘Soy… runner’. Casi como si fuera un secreto y dicho con tal dramatismo, que uno duda entre aplaudir y hacer una reverencia. Al final, hice ambas cosas. Por ese orden.

Se conoce que todos esos aditamentos dan bula para correr por el centro de la ciudad, incluso en grupo y pasar, jadeando, junto a quienes caminamos lo que podemos, según la edad y la forma física, y con mascarilla. Ya que la realidad y la legalidad son así de ingratas, al menos, los caminantes agradeceríamos sobremanera que los ‘runners’ no nos obsequiaran, a su paso, con determinadas mucosidades pegajosas. Así que, por favor, más pañuelos, menos gargajos y más seriedad en el cumplimiento de las normas.