M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Desertor

06/03/2022

«Desertar del pasado, y aprender del dolor. / No seguir la corriente es conservar / tu vida…» Hace unos días el poeta amigo Miguel Velayos presentó su décimo poemario, Desertor, un libro de poesía honda y reflexiva. En apariencia dolorida, pero llena de esperanza. 
Desertar, como acto al que nos convoca Miguel, es tomar las riendas de la propia vida y dejar al margen todo aquello que nos ata y nos sojuzga, sea la rutina, el ruido, la desmemoria, la desesperanza, etc. Desertar del pasado para renegar de la cobardía y de la costumbre como acto salvífico y coherente. Al desertor, mujer u hombre, le espera la soledad como una oportunidad para el encuentro… con su raíz más profunda. No en vano los carmelitas denominan desiertos a sus conventos aislados. Desertor y desierto comparten el mismo étimo, pues uno es el que abandona y el otro es lo abandonado, olvidado. 
Y como acto de profunda valentía que desertar es, desertor es aquel que también abandona las armas por una convicción moral. El escritor y músico Boris Vian compuso en 1954 la canción El desertor, un himno pacifista contra la guerra de entonces en Argelia: «Mañana muy temprano / cerraré mi puerta / en las narices del pasado / y me echaré a los caminos»… «Si alguien tiene que derramar su sangre / vaya usted a derramar la suya… / señor Presidente.» Canción vigente en estos momentos de guerra, pues en todas ellas las víctimas no son los urdidores de los conflictos. También por eso, toda guerra es injusta, como la que ahora nos abruma y en la que, como dicen los corresponsales de guerra, la primera víctima es la verdad.
Recuerdo a Cosme, un hombre bueno, un campesino de los de antes y que era natural del pequeño pueblo de Tórtoles. Tuvo el infortunio de tener que coger las armas en la Guerra de España y me contó que una vez le ordenaron formar parte de un pelotón de fusilamiento, algo a lo que se negó sabiendo que esa desobediencia le podía costar la vida. «Cómo iba a matar a alguien a quien ni conocía y que podía estar en esa guerra por obligación, como yo». Salvó la vida por el aprecio que le tenía el capitán, aunque no se libró de la cárcel. Ese desacato fue un acto heroico de valentía, nobleza y moralidad, algo que pocos serían capaces de hacer. 
Miguel Velayos ha querido reivindicar la palabra desertor limpiándola de sus connotaciones negativas. Pulirla y convertirla en halago, oportunidad y rebeldía. Aprender a decir no como acto de lucidez, ese estado que «es un don y un castigo» –como clamaba el protagonista de la película Lugares comunes– y así ser «el que tiene la luz que permite la visión interior.» Quien lea el magnífico poemario de Miguel encontrará claves para la esperanza, la belleza o el silencio. «Existe más belleza que dolor, / más señales de vida que angustia en nuestra piel, / aunque exhiba el dolor sus atávicas formas / de amedrentar la vida.»

ARCHIVADO EN: Honda, Poesía, Argelia, España