Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Tres chicas «raras» en Arenas de San Pedro

22/03/2021

Sostiene Pereira que la memoria humana es una telaraña complejísima que van construyendo los avatares de la vida en una intensa relación de cercanía o lejanía y, a veces, de ausencia. Ocurre en ella lo mismo que en la red que teje la araña para saber qué pasa en su territorio. ¿Quién no ha probado de niño a tocar con una paja un punto lejano de ese mar de hilos para que la araña acuda a ver qué presa ha caído en sus redes? Así debe trabajar la memoria humana para que cualquier nuevo detalle, una noticia, un olor, un sabor, una palabra, un paisaje, una mirada, un nombre, llegue hasta sus dominios y provoque en ellos un torbellino que sacude todo el entramado. Es lo que le ha sucedido a Pereira con dos noticias de estos días de vorágine política y de desconcierto. Dos noticias que rompen esa tela enrevesada y ruidosa de lo político mal entendido que invade las vidas sin pedir permiso. Dos noticias para sentarse tranquilamente a dialogar con el pasado buscando comprender un poco mejor este presente. Una de ellas, hablaba del centenario del nacimiento de Carmen Laforet y de la publicación de ‘Puntos de vista de una mujer’, una recopilación de sus artículos. La otra, la reedición del libro póstumo de Josefina Carabias, ‘Azaña. Los que le llamábamos don Manuel’. Ambas noticias se juntaron en un punto de la memoria y le llevaron hasta Arenas de San Pedro, el pueblo de origen de la una y del veraneo familiar de la otra. Y no sólo eso. Al conjuro del pueblo, apareció el recuerdo de otra extraordinaria mujer, otra Carmen: Díez de Rivera. Las tres mujeres se presentaron juntas al arrullo de las faldas de Gredos.  Las tres le traían buenos recuerdos y las tres le llevaban de nuevo a sus libros y a sus biografías. 
Primero, volvió a ‘Nada’, novela revelación, para intentar entender el misterio que encierra la vida de la juventud rebelde de la autora que, unos años después, cargada de hijos y del éxito agobiante,  se recluía en una casa de las afueras de Arenas durante los veranos en los que escribió ‘La mujer nueva’. En ella, plasma su crisis existencial, amorosa y de fe mientras se bebe a tragos la exuberante naturaleza. Había revolucionado la novela con sólo veintitrés años. Pero, el inesperado éxito, su precipitado matrimonio, sus cinco hijos, su sexualidad no resuelta y su inconformismo radical la terminó llevando al silencio. Junto a las aventuras y desventuras de Laforet, Pereira rescató de su biblioteca a Josefina Carabias y sus ‘Crónicas de la República’. Con ellas, ha revivido aquellos tiempos de ilusión inmensa y que terminaron tan cruelmente borrados y con la periodista en el exilio. Leer el libro es emocionarse con la valentía de una periodista que, con 23 años como Laforet cuando ganó el Nadal, escribe con un desenfado tan inteligente que se paseó sola en un mundo de hombres como eran las redacciones de los periódicos y conquistó con su modo de escribir desde al Presidente del Gobierno hasta a las camareras de hotel con las que convivió para poder reflejar en la prensa su trabajo y sus anhelos. Finalmente, Pereira, se acercó a la tercera mujer que le llegaba enlazada al pueblo de Arenas y a la peripecia vital de las dos anteriores. Lo hizo a través de las páginas que Adolfo Yáñez le dedicó  en ‘Heterodoxos y olvidados’. Con Carmen Díez de Rivera, «la musa de la Transición», ha podido recrear aquellos tiempos del paso de la Dictadura a la Democracia; tiempos con las ilusiones a flor de piel como lo habían sido los de la Segunda República, hoy, ambos injustamente vilipendiados.    
Así, ha pasado Pereira, unos días en la buena compañía de estas tres mujeres que, como acuñó otra Carmen, Martín Gaite, fueron tildadas de «raras» en su día por el hecho de querer ser independientes y libres, un paradigma de mujer que, de una manera o de otra ponía en cuestión la «normalidad» de la conducta amorosa, doméstica y pública que la sociedad mandaba acatar,  Y a fe que lo fueron, aunque no sin graves quebrantos y sinsabores. Nunca salirse del redil resultó gratis y esta es otra lección que dan estas tres mujeres que empezaron antes de la mayoría de edad enfrentándose a sus familias y que, durante toda su vida, lucharon con un tesón por ser ellas mismas. Emociona leer sus biografías tanto como sus aportaciones literarias o políticas. ¿Quién duda hoy que, sin el empuje intelectual y político de Díez de Rivera, Suárez no hubiera ido tan lejos a la hora de socavar los cimientos de la Dictadura?  ¿Quién lee a Carabias y no se enamora de su modo fresco de tratar los asuntos más delicados como lo hace ella con Victoria Kent y el estado de las prisiones o el drama diario de los desahucios? ¿Y quién no se identifica en algunos momentos  con la rebeldía de Laforet y con sus silencios? 
En fin, las tres tienen a Arenas en sus vidas. Carabias por nacer allí y salir para emanciparse; Laforet para gozar de lo que más le gustaba, la naturaleza y el bañarse en el Charco Verde rodeada de sus hijos; Rivera para intentar curar la crisis existencial de su recién estrenada juventud ante el  engaño familiar y para reposar definitivamente en el Convento de Carmelitas  cuando el cáncer le arrebató su vida demasiado pronto. «Cuando más ganas tenía de vivir», como escribió ella misma. Y las tres fueron lectoras y admiradoras de Teresa de Jesús, otra rebelde con causa.