Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Nostalgia al hispánico modo

01/02/2023

Acabo de terminar un ensayito delicioso sobre la nostalgia. Ya saben que llevo años pensando en escribir un libro sobre ella que no escribiré nunca porque, a mi torpe modo de ver, la nostalgia está indisolublemente unida a una pereza de espíritu, a una incapacidad de movimiento provocado por un dolor ignoto, por una ausencia de patria, sea la patria cualquiera que fuere. Así que, en esa contradicción me hallo. Lo escribió, el ensayo, Barbara Cassin, la académica francesa, una filóloga y filósofa (si estas cosas son desligables del todo) a la que leo con una cierta devoción por razones que no vienen al caso. Y, por una casualidad feliz, escuchando viejos discos he recuperado para la autobiografía personal creo que la última canción que publicó David Gilmour con Pink Floyd, una también nostálgica vuelta a esa patria que más duele y que es la juventud. Se llama High hopes, título dickensiano y que guarda no poco de nostálgico también. El rock tiene mucho de ello, como resistencia que es ya a la insoportable mercadotecnia musical y, por ello, como música a la que volver, tanto que se ha vuelto hímnica, más ahora que los viejos rockeros se han ido muriendo. Se lo cuento, todo esto, a un buen amigo que, también por casualidad, me he encontrado hace unos días. Dice que mis artículos son demasiado nostálgicos para los tiempos que corren. Y quizá sea cierto. Más aún para los lugareños de este lado de la península ibérica, hechos a partir para otras tierras y a convertirlas en nuestras. No sé si los españoles somos esencialmente nostálgicos. Me temo que es un sentimiento vinculado demasiado al pensamiento ilustrado y luego romántico como para que haya arraigado demasiado en nosotros. Se describe como una enfermedad de soldados expatriados, a finales del XVII, cuando aquí la decadencia era el mal generalizado. Digamos que la nostalgia española es diferente. No es la de los soldados suizos que van a la guerra; no es la de los muchachos que echan de menos Cambridge. Es más la del emigrante que deja el chorizo para comer coles de Bruselas o chucrut. Es la que reflejan las películas de Paco Martínez Soria cuando se va a Madrid; o las de Alfredo Landa y Ferrandis cuando emigran a Alemania. Pero sobre todo es la de Suspiros de España, el pasodoble de Álvarez Alonso que merecería ser el himno patrio cantado en los estadios de fútbol cuando juega la selección. La cuestión es que sentir nostalgia en este país es algo permitido sólo de forma parcial y personal. Uno puede echar de menos su pueblo, su infancia, su pasado más próximo. Ahora que, si uno se asoma al abismo histórico de la nación está también al borde del precipicio social. Quien piense en el pasado renacentista de la corte de Isabel, corte culta y digna como pocas en Europa, está en el límite del fascio; como quien rememore a los Austrias. Como quien eche de menos la intervención cultural en América –que, pese a quien pese, fue la más fructífera de toda Europa– o los viajeros españoles por el mundo, los éxitos políticos y militares, los triunfos intelectuales... Aquí, morriña, la justa y sólo por lo que nos manden los interventores generales de la cosa histórica. Es una parte más de la intervención del Estado en cada pequeño resquicio de humanidad, una más que sumar a sentimientos que nos han conformado en humanos desde la prehistoria y en la que quisiera meter mano como ladrón en la saca: la religión, el amor, la vida y  nuestro pasado. Por eso uno quiere escribir un ensayo sobre la nostalgia, que es, además de perezosa e inhabilitante, profundamente subversiva. Ya veremos.