Lorenzo Fernández

Aula de papel

Lorenzo Fernández


Flecos (II) Votar en tiempo de pandemia

05/02/2021

A mitad de camino entre el tópico y la realidad, en el imaginario colectivo Cataluña ha pasado por ser la tierra del «seny»; esto es, de la ponderación y la formalidad. Algo así como la mesura castellana y el sentidiño gallego. Pero de un tiempo a esta parte no hay por dónde cogerla. Tan es así que desde el punto de vista político bien puede decirse que hoy día allí nada es medio normal.    
De entrada, no hay presidente autonómico. En realidad, funciona como tal un vicepresidente (Pere Aragonés) que a decir verdad viene a ser suplente de un condenado en firme (Quim Torra) y éste a su vez, sucesor de un prófugo de la Justicia (Carles Puigdemont). 
Las elecciones de la semana próxima (14/F) fueron convocadas por imperativo legal, habida cuenta de que nadie en su momento se presentó para proceder como se debiera a reordenar la cúpula institucional de la comunidad autónoma.   
A pesar de todo, tiempo no le ha faltado a la Administración penitenciaria regional para poner de nuevo en la calle a los políticos presos y a éstos.  para sumarse y apoderarse de inmediato de una campaña que, para mayor esperpento, comenzó sin que por el alto Tribunal correspondiente estuviera fijada la fecha de la jornada electoral. Anomalía tras anomalía. 
Celebrar en pleno pico de la pandemia unas elecciones con 150.000 votantes confinados por covid y otros 700 ingresados en las UCI, según estimaciones, no parece el escenario más recomendable. Ante el imparable avance de la pandemia Francia, por ejemplo, ha aplazado hasta junio las elecciones regionales de marzo, e Italia ha estado haciendo encaje de bolillos para dar salida a la crisis del fallido gobierno Conte y no tener que llamar en este tiempo a los ciudadanos a las urnas. 
En Cataluña, sin embargo, no sólo nada de eso, sino que se ha abierto barra libre: todo el mundo podrá ir a los mítines que quiera y a votar. Al efecto, han organizado franjas horarias para que enfermos, contactos y «sospechosos» se acerquen a las urnas –se trata de una recomendación; no de un mandato– entre las siete y ocho de la tarde. Miembros de las mesas e interventores vestirán los EPI o trajes de protección individual, como si fueran a entrar en la UCI. Es lo que se ha llamado la normalización del desvarío.
Como ya viene ocurriendo, mítines y grandes debates televisivos se están centrando más en prospecciones de alianzas postelectorales más que en dar a conocer las respectivas propuestas. Hay encuestas para todos los gustos: desde quienes sitúan a la cabeza del pelotón al PSC y al ex ministro Salvador Illa, hasta quienes dan por vencedor a la Esquerra del condenado Junqueras y una ampliación del frente independentista. 
En lo que vienen a coincidir unos y otros es que todavía todo está muy abierto. Hay un alto porcentaje de indecisos. Ellos y los temidos niveles de abstención que se registren serán quienes determinen tanto el resultado como las posteriores parejas de gobierno de estas atípicas, esperpénticas y pandémicas elecciones catalanas.
** Si un marciano aterrizara por estos nuestros lares y vía imágenes de televisión tuviera noticia por primera vez de lo sucedido en Cataluña, no saldría de su asombro y se preguntaría cómo y por qué tales aparentes pacíficos y casi beatíficos ciudadanos han sido condenados a elevadas penas de prisión. Ciudadanos que saludan y van y vienen sonrientes por una calle camino de no se sabe dónde. 
Y es que éstas han sido y siguen siendo las imágenes que invariablemente y de forma casi exclusiva ofrecen las cadenas todas. Parecen perdidos en las hemerotecas los testimonios gráficos de esos mismos personajes subidos sobre los coches policiales desde los que arengaban a las masas invitando a la rebelión. O cómo una funcionaria judicial hubo de salir por la azotea de un edificio cercado por los manifestantes. O cómo colaboraron en la celebración de un referéndum ilegal. También mediáticamente están siendo los grandes blanqueados del golpe independentista.