José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


El oso panda en la habitación

05/02/2021

Seguro que la expresión les suena, estimados tres lectores: «el elefante en la habitación». Proviene de un fabulista ruso, Krylov, usada luego por Dostoievski. Mark Twain la reescribe en su deliciosa sátira «El elefante blanco robado». Hablar de un elefante en la habitación es ignorar intencionadamente el gran asunto, problema tabú pero inmenso, que todo el mundo prefiere no ver.
Llevamos un año en esta pandemia, que es mundial. Un análisis por zonas geográficas se muestra revelador. Asia y África, con el 76% de la población, apenas representan el 20% de muertos, mientras que Europa y Norteamérica, el 18% de habitantes, suman más del 60%. Oceanía es caso aparte, su cifra de fallecidos es casi anecdótica. Sin aclarar aún si influye la raza en la propagación, y la posibilidad no despreciable de que haya ausencia de datos fiables de algunas zonas, es palpable que hay una incidencia o gestión dispar de la Covid-19 a lo largo del planeta.
Pero es que EE. UU alcanza 1400 muertos por millón de habitantes frente a los apenas 3 de China. A pesar de las teorías conspiranoicas de los chinos ocultando información, de tener el ratio o europeo o americano hablaríamos de dos millones de muertos, difícil de ocultar. O están haciendo un fabuloso número de prestidigitación o han gestionado encomiablemente una pandemia que, no olvidemos, empezó allí con unas progresiones geométricas —las famosas curvas— que doblegaron de golpe. Los últimos diez meses han reportado cuatro muertos. ¡Cuatro! En España, 30 veces menos habitantes, han sido 30 000 en el mismo periodo y en EE. UU. 400 000.
Y sonará crematístico, pero si vemos los datos de 2020 del FMI y la OCDE sobre impacto en el PIB, todo el mundo experimenta retrocesos demoledores, solo recordados en la Segunda Guerra Mundial, pero China mantuvo un crecimiento del 2,3%, —un 11% de caída en España—. Navegan esta crisis con resultados admirables. Sí, Nueva Zelanda también, pero tiene una población 300 veces inferior. Los chinos tienen un régimen político no precisamente similar a nuestras democracias occidentales; incluso tras el aperturismo de las últimas décadas, con aparente libre mercado y concesiones sociales, sigue siendo un país con un férreo control estatal, restricción de libertades y represiones de la diversidad étnica. Quizás por ello el debate —que habrá, no lo niego— sobre los límites del derecho individual y el uso de los datos personales sea menor que en Europa o América.
No me malinterpreten, pero seguro que cuando todo esto pase —pasará, seguro— los análisis llevarán a muchos gobiernos y gobernados a replantearse qué es bueno en una guerra, que como tal se nos ha vendido esta crisis. Dónde acaban los derechos, si hay que defender vidas. Cómo prepararse. El mundo ya ha cambiado, la influencia en terceros países es mayor por parte de Oriente y el futuro usará como referencia la gestión Covid. ¿No habremos construido en Occidente estructuras y sociedades complejas y garantistas, pero que olvidan el primer precepto que les es exigible: defender la vida de sus ciudadanos? Debiéramos de atrevernos a mirar al oso panda en la habitación; quizás, aunque solo sea para comer bambú, tengamos algo que aprender de él.