M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Ayuno de palabras

15/02/2021

Tardó un rato en dormirse. Leer sus propias palabras le había producido un desasosiego inútil, pues rememorar aquello que ya no podemos enmendar no habría de merecer el dedicarlo ya más energía ni tiempo. De lo irremediable deberíamos pasar página rápidamente, pero la mente obedece, a veces, a emociones descontroladas. Los errores pueden ser estúpidos cuando son equivocaciones nacidas de la prisa y de la incontinencia verbal heredada de ideas previas que no se han puesto aún en el remojo de la reflexión. 
Somos seres incompletos y eso significa que con frecuencia damos palos de ciego por la vida. Considero que reconocer los errores propios es positivo para reorientar el rumbo de la vida, lo que debiera de ser una constante vital. Lo contrario sería el estancamiento o la persistencia en la falsa creencia de que nunca cometemos errores, que eso es asunto de los otros.
Hay un dicho que expresa mejor lo que quiero decir. Es ese que dice que «Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». Este refrán es sabiduría concentrada, elixir que deberíamos tomar con más frecuencia para evitar problemas o conflictos con los demás o con uno mismo. Hay una sobreactuación de palabras en la vida política y es posible que en todos los ámbitos. Rafael Argullol escribe: «Periódicamente deberíamos recurrir al ayuno de palabras del mismo modo en que los preceptos religiosos y ciertos tratados médicos prescriben el ayuno de alimentos. Un día de silencio, de tanto en tanto, fortalecería el valor de las palabras.»
Leía hace unos días una conversación entre el escritor y sacerdote Pablo d’Ors y Juan Arnau, filósofo e igualmente escritor. Coincidían en la necesidad de la meditación y de la atención como herramientas que nos centran en la vida, en la existencia cotidiana. Muchas veces cometemos errores porque actuamos con premura y falta de atención por no estar centrados –como el budismo nos enseña– en el aquí y ahora. Y no es que se actúe de mala fe. Es que se actúa de forma inconsciente, como un autómata al que le dan cuerda y hace los movimientos mecánicos para el que fue fabricado. Será que tenemos defectos de fábrica que hay que ir corrigiendo. Y eso puede ser un reto, o una pesada carga. A elegir toca.
Esta reflexión tiene un motivo y que es personal. El anterior artículo lo escribí sin la debida atención y sin la revisión posterior que debo de dar a esta columna antes de su envío a la redacción del Diario. Lo escrito, escrito está, aunque puede que no lo reconozca como pieza de esta «Mirada». Salir de las burbujas de zonas de confort –escribir esta columna lo puede ser– es una pequeña aventura que conlleva sus riesgos. Cosas de la navegación a través de la palabra.