Pilar Iglesias

Pilar y sus cosas

Pilar Iglesias


Luz. Simulacro. Y Kant invertido

06/02/2023

«En la oscuridad del mundo tú eres mi única luz. Soy tuyo, y dejé de ser para ser tuyo.» 

Me levanto apresurada para llegar a nuestra cita. Voy a llegar tarde y las prisas no son buenas consejeras. Con mi desayuno de domingo y emocionada porque charlaremos con café, pensando en qué te voy a decir, de qué vamos a hablar, hacia dónde se dirigirá hoy la conversación, ilusionada como el zorrito cuando sabe a la hora que vendrá el principito, porque las horas son importantes, no puedo por menos que parar y admirar la luz cálida de invierno que entra por las ventanas que dejamos desnudas anoche, a pesar del frío que pudiese entrar. Y observo cómo baña la estantería de mis libros favoritos, en la que aún quedan muchos por leer, y veo cómo resaltan los colores del salón, que no son pocos, y cómo los peluches favoritos de la familia cobran vida. El DeLorean, con sus fondos ocres y, sobre todas las cosas, muchas, horror vacui, las fotos doradas de mis dos amores.
De mis grandes amores. De quienes son los portadores de mi luz, de mi sentido y de mi razón. Los que cada mañana me dan el por qué para caminar. Son ellos los que sustentan cada decisión, sin ellos saberlo. Sobre sus hombros cae, con una ingravidez nada científica, el peso de mi vida. Y es paradójico pensar que mi razón sea algo en lo que llevo tan solo nueve años. De cuarenta (más uno) que llevo en la existencia física. ¿Qué pasaba antes? ¿Qué fue lo que me movió para llegar aquí? Ser madre no era algo que estuviera en mi plan vital. Fue algo que quise, de repente. Sin saber que quería serlo. Y no me imagino no serlo. Como me conoces, ya sabes que no soy, ni aún hoy, «niñera». No me gustan las pamplinas, ni la condescendencia, ni el infantilismo. No comprendo por qué tratan a los niños como si no comprendieran de qué va la vida. Y la comprenden mucho más y mucho mejor que los adultos adulterados por la razón y las cuentas bancarias. Esos que han perdido la mirada en lo de cerca sin ver «más allá de sus propias narices». Prestando atención a problemas sin importancia. Porque quieren ser importantes, sin serlo. Caminando al unísono, con sus trajes grises y sus sombreros disimulando elegancia. Obvian la seducción de la belleza y se centran en el simulacro de la realidad. Aparentando, fingiendo. Ocultando tras máscaras de pestañas y pintalabios sonrisas falsas obligadas.  
Debo confesarte que no puedo participar de esa simulación. Mi cara refleja mi ánimo. Y sorprende ver cómo personas que parece que no saben de mi existencia aprecian esos cambios de humor. Empecé 2023 enfadada. Con la determinación de llevar el imperativo categórico hasta sus últimas consecuencias pero, con una novedad, de forma invertida. En vez de ejemplificar qué quiero, tomar como ejemplo qué hacen los demás deduciendo que será eso lo que quieren en su vida. Creo que Kant advertiría alguna contradicción racional en este cambio de dirección, pero ya que los demás no siguen las mismas máximas que yo, no veo problema en realizar acciones moralmente reprobables si así es lo que el otro quiere para sí. 
Porque, ¿quién soy yo para determinar lo que es bueno? Nadie, al menos, para ti. 

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