Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Las pantallas no son para el verano

02/07/2022

En la era actual, esa en la que según las estadísticas, año tras año, nuestra relación con lo digital -nos guste o no- aumenta a doble dígito, el verano se convierte en una época clave para desengrasar en ese apartado, el que va más allá de lo analógico y que, metaverso mediante, sigue ganando cuota de emisión en nuestras vidas. A lo largo del año, vamos recibiendo correos electrónicos que aparcamos en una esquina para retomar en algún momento -o sea, nunca-. También, guardamos fotografías en los móviles porque la opción de hacer la cantidad de ellas que nos plazca, aunque sean casi idénticas, no nos hace valorar que en algún momento habrá que sacar la tijera y podar… Y, por si fuera poco, nos suscribimos a listas de correo en determinadas circunstancias a modo de impulso, y, sin pensar que ceder nuestros datos para obtener un pdf, por ejemplo, puede acabar resultando un tormento. O esas notificaciones que, en la mayoría de los casos, consideramos una auténtica rémora en cuanto vemos aparecer el pertinente enunciado, tono sonoro o remitente. Pero, año tras año, seguimos cayendo en los mismos errores, en las mismas trampas. De modo que, pese a ser grandes seguidores de tal o cual marca -entendiendo por tal una crema, un coche o un grupo de música-, o de recibir en ocasiones gustosos los catálogos online de ese supermercado, algo que hace apenas unos años sería algo impensable para nosotros, cuando abrimos los ojos, ya estamos exhaustos. Los expertos hablan de que, cada día de nuestra vida, estamos expuestos a entre 5.000 y 6.000 impactos publicitarios. Se dice pronto. Y, lo que es más sorprendente, eso va en aumento.
Con el paso de los años se van asentando valores propios, que se van demostrando valiosísimos, como el de no perder el tiempo con cuestiones o personas que no merecen nuestra atención. Y hay que decir que ciertos entornos publicitarios sólo aportan ruido y desasosiego. En la edad adulta surgen otras realidades, como la de tener siempre en la mesilla gotas para los ojos secos, medicamentos para los dolores más diversos, pastillas para dormir o tapones para evitar el ruido. Hay dónde elegir. Llega un momento en el que debemos decir ¡basta! y los veranos, al menos para un servidor, son parada y fonda, un frenazo en el carril derecho, que permite hacer un balance del curso -en mi caso, mucho más relevante que el stop que intento afrontar en navidades- y se sacan ratos para limar asperezas con uno mismo. Mi correo personal acumula unos 500 correos electrónicos pendientes, algunos sin leer, otros mirados en diagonal. El Ipad me avisa de que cuento con 900 páginas guardadas de periódicos, revistas, libros, que en realidad responden a ramalazos del tipo: esto ya lo leeré... Y no lo leo en algún momento, salvo en verano. De hecho, en ocasiones me pregunto por qué narices guardaría yo aquel artículo. Esta época estival también suele ser el momento de ponerse manos a la obra, echar el lazo a los unsubscribe y poner firme a mi bandeja de entrada. Porque la realidad es que, cuatro años después de que se incrementaran las medidas restrictivas y de seguridad en la utilización de datos, en aquel reglamento que simplificamos con siglas impronunciables, RGPD, desde Europa, aún muchas empresas siguen haciendo de su capa un sayo, mirando para otro lado, y en ocasiones, es más complicado salir de esas listas que de la droga -lamento el chiste de mal gusto-, porque las fórmulas de disuasión son variopintas, nos dispersan de ese objetivo y mantenemos suscripciones innecesarias. Tal cual. 
A ello hay que sumar que no ejercitamos la memoria. Google ya nos dice aquello que no queremos pararnos a pensar -no sea que nos vayamos a poner a sudar-, y vamos a tal velocidad delante de las pantallas, que saltamos de web en web y olvidamos, como cantaran Siniestro Total, quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Estamos haciendo de nuestra cabeza un mero contenedor de memoria endeble. Nuestros móviles tienen más capacidad, nosotros menos. Tanto que la vigencia de nuestros pensamientos va tomando fórmulas digitales, como también se evapora la comunicación. Y es que, aunque haya que afrontar estos ejercicios de soltar lastre, cada vez parece más evidente que las pantallas no son para el verano. Ya me entienden.

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