Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Asturias - Murakami

26/05/2023

Murakami entró en nuestras vidas como un silbido extraño, alejado del vendaval tremendo de palabras que se presuponen a alguien acostumbrado a sufrir y a desafiar a los elementos primordiales del lenguaje. Hablo en plural, porque rápido se convirtió en alguien habitual, por lo presente, en la cotidianidad lectora de la casa. Evolucionó la estancia plácida de tardes de domingo o de mañanas apacibles en verano, a resultar demasiado explícito en las listas de éxitos. Sin embargo nunca se convirtió en proscrito y mantuvo un hálito de voz, de constancia, de puerto.
Murakami y Asturias tienen todo en común, lo inevitable. Murakami y la lluvia, la soledad, lo íntimo, lo mágico. La experiencia del mundo y su melancolía, las calles empapadas, el telón atmosférico de un cosmos imposible.  El catalizador para lo inverso, el aislamiento y la acogida amable, los miedos y deseos, los arrepentimientos embarcando en viaje loco de autodescubrimiento.
Alguien de tierra adentro, de montañas peladas y sombrías, de lluvias inoportunas por escasas, puede encontrar en el llanto de Haruki, su pluviometría mágica,  de purificación y suerte, como ese «mono no aware» de la belleza efímera, de la apreciación de la impermanencia, de la sensación de lo fugaz, lo pasajero.  Entrar en el invierno de ese Asturias sombrío y diletante, magnífico y verdoso, cruel y amable, y sincero, es entrar a la vez en «Sputnik, mi amor»,  en la melancolía indecente de «K» al pasear bajo una manta de suave aguacero, buscando las respuestas a su eslabón perdido, a la melancolía de un amor que no vuelve ni pasa. 
También la renovación, el símbolo de la transitoriedad, de la imaginación, unen Asturias y su último héroe literario, un Murakami nuevo para el mundo, excelso por elegido y único. Ximena Díaz de Asturias, robando el corazón al Cid, nutre las praderías y leyendas de héroes. Toru Watanabe de «Tokio Blues (Norwegian Wood)» se enfrenta a la tristeza y la pérdida, se convierte en un héroe silencioso y reflexivo, ausente, como el Cid,  tratando de encontrar un equilibrio en medio del caos y del destierro.
El océano - mar, como simbología, una Asturias marítima, épica y bíblica, y un Haruki volcado  en la palabra del «Killing Commendatore» donde el mar se presenta como un elemento imprescindible, profundo y misterioso, del intenso vivir de los protagonistas: un pintor, la belleza y la melancolía, el poder de las aguas incontroladas y expuestas al desastre. 
Y sin dudar Asturias, Murakami también, están prestos a hablar, a defender y a manifestarse por esa libertad amada y deseada, perdida y encontrada, liberada y cautiva, a veces alterada y en general querida y deseada. Asturianos revolucionarios, libertarios desde tiempos remotos, bastiones de batallas engreídas, ganadas o vencidas. Murakami en la fugacidad, en el deseo, con un «Kafka en la orilla» conexionando el mar con el futuro. Kafka huyendo del yugo, buscando independencia, viaje surrealista y metafórico para la libertad y pertenencia;  Aomame y Tengo en «1Q84» tratando de escapar de la opresión; May en la «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» desafiando las normas, buscando las salidas, luchando por la supervivencia.
También en el amor, el querer asturiano con la luz cegadora, con el romanticismo, con la diversidad y la aquiescencia. El amor explorado de Toru Watanabe, el amor surrealista, de desafío y fantasía de Aomame y de Tengo,  el amor inseguro de Nakata y Hoshino,  el amor diferente de Sumire y de Miu.
Murakami y Asturias, dos paraísos lejanos y hermanados ahora, cercanos a nosotros, que nos acercan a culturas distintas, que nos hacen ser más, ser menos ciertos, menos acongojados, más unitarios, de universales almas en nuestros sentimientos. Murakami y Asturias, seguro que videntes avezados sabían que era imposible no tenerlos, unidos por los siglos. 

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