David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Aroma de derrota

31/05/2023

Los días posteriores a las elecciones tienen siempre un aire de día de año nuevo por la tarde, de domingo de invierno, de feria tras las fiestas, de liquidación de saldos invendibles. El feriante que aún queda en el recinto de atracciones recibe con desgana a unos niños allí puestos por sus padres porque quedaron unos bonos para gastar y el tombolero intenta deshacerse del último oso pirata de los anaqueles. Del mismo modo, en las sedes de los partidos, los que la tienen, se amontonan pasada la euforia o el desencanto un montón de papeletas, de folletos y facturas por pagar. La casa de algunos candidatos se ha convertido, a falta de sede, en un almacén improvisado donde banderolas y papelajos llenan hasta los estantes de la cocina. Habrá que devolver el móvil de campaña, habrá que reciclar esos escombros, habrá que volver a la vida, a los trabajos, a los días sin gloria. Y pagar esas facturas, por supuesto. Difícil en algunos casos.
Que la política no es una ciencia exacta, por fortuna, lo demuestra el hecho de que no hay gurú ni politólogo que acierte una ni a derechas ni a izquierdas. La cuestión electoral es una suerte de misterio pagano en el que los ciudadanos votamos a nuestro aire aunque arrastrados por unas corrientes subterráneas que nunca sabemos muy bien de donde tiran y para donde. En los mercadillos y en las atracciones de feria ocurre un poco lo mismo. Gastamos donde queremos pero hay tómbolas que dan mas premio y otras a las que no acude nadie, aunque el dueño se desgañite por la megafonía. En los mercados de verduras algunos venden hoy hasta la última lechuga pero al año siguiente pintan bastos y nadie les compra ni un pimiento. Somos volubles y más como votantes. Como siempre he sido un admirador de los perdedores más que de los vencedores, me encanta ponerme en la piel de quien no ha conseguido nada o, lo que es peor, de quien ha perdido todo. Da cierta ternura la contemplación de sus rostros en los carteles e imaginar el desdén que debe producir la propaganda acumulada, las horas gastadas, los discursos a medio hacer. 
Como nunca me he presentado a unas elecciones y cuando estaba en el colegio me escabullía para no ser ni delegado, más que el candidato triunfador a mí me gustaría ser ese candidato al que solo le votan cien personas, su familia, algunos vecinos y y un par de conserjes despistados.  Debe de tener algo ilusionante comprobar que esta vez te han votado cinco personas más o que en el mitin había quince en lugar de ocho. Me enternece la tienda que no vende, el lotero que no da premios, el escritor al que nadie lee, el cura que no tiene feligreses. Son estos candidatos por necesidad los paladines del ecologismo y del reciclaje: sus pocos carteles irán al contenedor adecuado. Son verdaderos autónomos pues tienen años para pagar unas facturas que no sirvieron para nada. Pero no os desmoralicéis: la fiesta, la tómbola, el mercadillo y la ilusión aún no ha terminado. Escucho ahora mismo que hay nuevas elecciones. Viene una nueva ocasión para nuevas derrotas. Ánimo. Podéis con todo.

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