Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Salvemos la Navidad

19/09/2020

Leí este eslógan hace unos pocos días en el centenario tabloide británico Daily Mail: "Salvemos la Navidad", pedía, en un expresivo titular. Se supone que hay que salvar la Navidad porque el otoño, que ya se nos ha echado encima, está perdido. Desde luego, en el Reino Unido azotado por la incompetencia de sus políticos más relevantes.

Desde luego, en Estados Unidos donde la ferocidad del virus también compite en la campaña electoral. Y, claro, en esta España nuestra que no puede enorgullecerse precisamente por estar protagonizando los peores datos relacionados con la pandemia y sus consecuencias económicas, políticas y morales. ¿Nos estamos preparando para, al menos, salvar esa época de ilusiones que es, debería ser, la Navidad?

Pues no estoy del todo seguro, si le digo a usted la verdad. Los gurús de la economía nos preparan para que tengamos que aguantar la crisis pavorosa que nos llega hasta, al menos -al menos_dentro de dos años. Sigo con atención lo que nos cuentan algunos de los más importantes periódicos de Europa y no puedo dejar de constatar que en este país nuestro se respira una sensación de pesimismo algo 'pasota' en mucha mayor medida que, por ejemplo, en Francia o Italia -de Alemania ya ni hablamos- o incluso que en la propia Gran Bretaña.

Madrid, esa parcialmente confinada capital del Reino, ha pasado de ser una de las ciudades más alegres del mundo a convertirse en una urbe tristona, abandonada en sus zonas más históricas y emblemáticas. Y encima con una crisis política que ni siquiera su agitada historia de corrupciones logra superar.

Amo la Navidad no por un sentimiento meramente cristiano y tradicional, sino porque es época de abrazos familiares, de reuniones con amigos, de regalos, de abundancia gastronómica. Desde luego, los abrazos y las reuniones temo que se van a ver limitados; espero que, para el 24 de diciembre -en casa, familia numerosa y unida, cenamos más de treinta--, hayamos superado esta situación. Que impide que nos congreguemos más de diez -en algunos sitios, menos_personas afines, deseosas de divertirse, de gritar y cantar, de besarse. Si todo sigue como hoy, cuando escribo, estamos abocados a la Navidad más triste de nuestras vidas, como tristes han sido la primavera, el verano y lo va a ser, y cómo, este otoño lleno de vaticinios que más que pesimistas son catastrofistas.

Tenía seguramente razón uno de los alcaldes más veteranos de España, Abel Caballero, de Vigo, cuando presentó su ya célebre alumbrado navideño en la temprana fecha del pasado 19 de agosto. Seguramente, el astuto edil, antes de meterse en el lío de los remanentes de los ayuntamientos, fue consciente de que quizá en estas fiestas navideñas muchos ciudadanos van a estar para pocas iluminaciones urbanas, para pocos abetos engalanados y tendrán que limitar con realismo las peticiones en su carta a los Reyes Magos.

Más sombras que resplandores. Porque, por ahora, las únicas lunes que se encienden en muchas ciudades españolas son las rojas. Las de esa 'alerta roja' decretada por las gentes del espectáculo y la cultura, uno de los muchos sectores en depresión total.

Y ya se sabe que la luz roja es la del stop en los semáforos, la que avisa del peligro o la que prima en los locales de copas y de placer. Pero esos locales, ya sabe usted, están cerrados. Bueno, mantengamos la esperanza y, con el Daily Mail pidamos, pidámonos, salvar la Navidad, que es la primera en esta década que no va a poder ser llamada precisamente la de los felices años 20. Más bien, se barrunta, será lo contrario, si una rápida vacuna segura no lo remedia. Cosa que, ay, parece casi imposible que ocurra antes de Navidad, digan lo que digan nuestro ministro Illa, Trump o Putin, cada uno a su escala, claro está.