Begoña Ruiz

Reloj de arena

Begoña Ruiz


Pero después de votar

20/02/2021

Todo aquel que piense que la vida es desigual, tiene que saber que no es así, que la vida es una hermosura”. Menos mal que la canción de Celia Cruz me da un poco de esperanza, porque las noticias me tienen desconcertada: políticos que se ponen la vacuna clandestinamente, obispos que se hacen pasar por capellanes de residencias con el mismo fin y vacunas a precio de oro en el mercado negro que solo algunos podrán permitirse. 
Era una irresponsabilidad pasar la Navidad con la familia, no se puede visitar a los ancianos en las residencias, no se puede salir después del toque de queda, no se puede hablar en voz alta o cantar en el metro, no se puede comer dentro de bares o restaurantes. Los negocios relacionados con la hostelería se han arruinado, las máquinas de los gimnasios están oxidadas, los teatros circos y cines llenos de telarañas, (entretenimientos de otra época, dignos de museos) las consultas médicas se hacen por teléfono si no son urgentes, los sanitarios están hartos de tantas olas, los familiares mueren solos en un hospital… pero en Cataluña había 14000 contagiados y 80000 contactos directos a la hora de las elecciones y podían salir a votar, aunque pusieran en riesgo a todas las personas que se encontraran por el camino, aunque se fueran arrastrando desde las UCIS, aunque desparramaran el virus a diestro y siniestro, aunque murieran en el intento. Que se mueran si tiene que ocurrir, pero después de votar. 
Porque lo más importante era ejercer el derecho a voto, un derecho fundamental ¿De quién? De los políticos, claro, que temían perder 94000 votos y eso significa renunciar a escaños y a la sopa boba con sus privilegios implícitos.
El derecho a trabajar también es fundamental y a los hosteleros se les prohíbe abrir.
La educación también es un derecho fundamental y cuando un alumno no puede hacer exámenes, se realizan on-line o se propone una prueba extraordinaria. Se buscan alternativas.
Utilizando un lenguaje revolucionario “derecho a” manejan los hilos para mantener el sometimiento de los títeres.
 Recurriendo a palabras bonitas como libertad, nos hacen creer que somos libres. “Me moriré de coronavirus pero he ejercido mi derecho a voto, es decir, he arriesgado mi salud y la de los de mi alrededor para que un egoísta viva a cuerpo de rey”.
 Desde mi punto de vista esto ha sido una acción homicida, mejor dicho un asesinato, porque el derecho más fundamental es el derecho a la vida y si este se pone en peligro las demás potestades son inútiles.
¿Dónde están los héroes que se sacrificaban por el pueblo? Aquí se sacrifica al pueblo por el interés de unos sátrapas.
 En la misma semana en la que tuvieron lugar las elecciones catalanas, en Nueva Zelanda hubo tres positivos y tres millones de personas fueron confinadas para evitar la propagación del virus. ¿Las vidas de los españoles valen menos que las de los Neo zelandeses?
En las elecciones en Galicia y País Vasco, los positivos no fueron a las urnas ¿Qué ha cambiado para que en un mismo país hayan variado las normas en tan poco tiempo? Sigue habiendo más de quinientos muertos al día. 
El sermón de predicar austeridad, sacrificio y responsabilidad para el prójimo, pero despilfarro para uno mismo, es antiguo, estamos tan acostumbrados a eso, que se aplaude al pícaro, al tramposo, al listillo… y esos son los que nos dirigen.
Y ¿qué me dicen de esta sospechosa unanimidad? Estos partidos que no se ponen de acuerdo en nada, esta vez a ninguno le ha parecido chocante la medida, ya sean de derechas o de izquierdas, independentistas o no independentistas.
 Pero, no, no hay que llorar que la vida es un carnaval y las penas se van cantando