Francisco I. Pérez de Pablo

Doble click

Francisco I. Pérez de Pablo


Ávila y su bosque encantado

16/05/2023

Cinco días han transcurrido desde que oficialmente se abriera la campaña electoral y a decir verdad pocas propuestas interesantes y atrayentes han presentado los candidatos a la alcaldía de Ávila, más allá de las generalidades de turno que suelen consistir en ofrecer más de todo (futuro, empleo, turismo…). Es de esperar que en los días que quedan hasta las urnas algún candidato ponga sobre el debate –creatividad– un plan, un proyecto o una intención que haga salir de lo anodino no solo las propias alcantarillas de la capital, sino a unas elecciones locales donde mi impresión general es que los abulenses están más pendientes de las comuniones, el final del curso escolar y las vacaciones estivales que el designio que para los próximos cuatro años –cuarenta y ocho meses, ahí es nada– le espera a la ciudad amurallada.  
Esto convierte el interés de la cita electoral, más que en lo que puedan plantear los candidatos de cada formación –parecen ir a remolque– en el examen de su último alcalde –decimoprimero– que además aspira a repetir. Con su lema «cumplimos» y una gran foto de medio cuerpo y sonrisa pícara se le puede ver en las marquesinas de la calles y plazas (cuatro años atrás, más modesto, carecía de estos soportes publicitarios), está plenamente convencido que le será suficiente para renovar mandato con lo que se ha hecho en, por y para una ciudad, que en aras a ser realista sigue siendo la misma, con sus mismos atributos desaprovechados y sus grandes carencias endémicas, que la que recogió al inicio de un mandato para el que prometió un cambio bajo el lema «un Ávila mejor» con que tituló un programa electoral del que ahora se examina.
Una nueva forma de hacer política fue su carta de presentación. De nueva poco y de transparencia ninguna. Los jóvenes se siguen marchándose; No ha habido más desarrollo industrial, ni empresarial. No hay más comercios, ni más hoteles, ni más restaurantes, ni tampoco más turismo, ni de mayor calidad. Las casas y edificios que se caían hace cuatro años se siguen cayendo –signo de la decadencia de una capital de la provincia–. La ciudad no tiene más dinamismo, ni es más moderna (las obras del último trimestre solo son cosméticas), sin embargo, es más cara impositivamente, el transporte colectivo más que urbano es rural y la sequía sigue siendo una amenaza real.
Ávila no está mejor, salvo que las hojas de los árboles (talados indiscriminadamente) impidan ver el bosque –la ciudad no es más verde–. Se tendrán unas escaleras mecánicas (otras no), una nueva piscina pagada por la Junta y las fiestas del pueblo han aumentado y mejorado, pero la cultura en la ciudad ha decrecido preocupantemente y las brigadas de intervención rápida no son lo primero y mucho menos lo segundo. 
El regidor es consciente de que tras su hojarasca solo hay un bosque encantado, artificial y nada frondoso. Al votante, el último domingo de mayo, le corresponderá despejar ramas y hojas pues lo cómodo es enfocarse en lo primero que requiere su atención o a donde le han dirigido intencionalmente sin detenerse a evaluar si realmente la merece o no, o sin preguntarse si quiera por curiosidad como es o debería ser ese bosque abulense. Las dos únicas cuestiones a dilucidar en estos diez días aún de campaña será averiguar si los candidatos tienen un bosque diferente que enseñar a los abulenses y si los ciudadanos quieren o no otro bosque o seguir contemplando las mismas hojas.