Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


El asalto

11/01/2021

Tardará tiempo en borrarse del catálogo de imágenes impactantes el espectáculo del asalto al Capitolio norteamericano. O, mejor dicho, no se borrarán; tal vez dejen de formar parte de la actualidad inmediata, pero permanecerán en los libros de historia como un episodio inaudito, abriendo las páginas de este 2021. Se escuchan ahora testimonios y opiniones de mucha gente de allí que afirma que era previsible, que se veía venir algo así, tal como iba evolucionando el ambiente en ciertos sectores a medida que se acercaba la fecha del relevo presidencial. Será cierto, pero, aun así, cuesta hacerse a la idea de que en un país como aquél haya podido ocurrir una cosa como ésta.

Verdaderamente, no es fácil de calificar lo sucedido; si un asalto, una revuelta, una sedición, una intentona de golpe, o un poco de todo eso. Sí está más claro el origen y las causas: cuando se excita el discurso de la deslegitimación de los procedimientos democráticos de decisión colectiva, el riesgo suele ser éste. Ahora se llama populismo, pero es lo mismo de tantas otras veces: odio e incitación a la violencia. Se manifiesta de muchas maneras y desde muchas tendencias, aunque pocas sean comparables en gravedad a la que hemos visto estos días, con un presidente todavía en funciones alentando la movida y alterando el funcionamiento normal de un parlamento elegido.

Lo más característico es eso: cuando se niega legitimidad sin motivo a una decisión popular democráticamente adoptada, los primeros ataques se dirigen al parlamento y a la representatividad de quienes lo integran. Por aquí se ha recordado estos días aquella incitación a “rodear el Congreso”, al son del estribillo del “que no nos representan”, como se ha recordado también, con mención más reciente, ese discurso insistente que no distingue la discrepancia o el desacuerdo con la tacha de ilegitimidad. Por más que, como decía, unas u otras manifestaciones de populismo agresivo no sea en absoluto comparables, ni por sus objetivos, ni por su gravedad, deberían suscitar una reflexión común: no hay un camino hacia la convivencia que no pase por la aceptación de las decisiones democráticas, incluso aquéllas que menos nos gustan; salirse de ese camino sólo conduce al asalto, tenga éste el tinte ideológico que tenga.