Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


La fugacidad del tiempo

18/11/2022

Una de las cuestiones que siempre han ocupado la mente de los pensadores ha sido el paso del tiempo. Ha habido respuestas de todo tipo, tratando de dar un sentido o buscando una comprensión de la contingencia intangible del instante que pasa fugaz. Más allá de las teorías, que por muy elaboradas que aparezcan nunca terminan de resolver el problema, está la experiencia real y concreta de cada individuo. Se puede negar la existencia del tiempo, se puede incluso caer en la ilusión de que el tiempo se ha estancado o que uno puede acelerar el paso del mismo a conveniencia, pero los segundos no dejan condicionar su pulso medido.
Todos experimentamos que en nuestra infancia el ritmo psicológico del paso del tiempo era muy diferente a como lo experimentamos en la edad adulta. De niños nos parece lejana la posibilidad de hacernos mayores; y cuando vamos sumando años a nuestro calendario, experimentamos el vértigo de que los días y las semanas pasan a un ritmo descontrolado y sin solución. Y, sin embargo, el valor matemático de las horas y los minutos ha sido y seguirá siendo siempre el mismo. Incluso aunque en los momentos de gozo parece que todo pasa deprisa, y que en las situaciones difíciles y dolorosas parezca que el tiempo se ralentiza.
Esta simple realidad experiencial nos habla de la importancia que tiene en nuestra vida la percepción y la conciencia presente del instante que vivimos. Y que la calidad de vida está inexorablemente ligada a nuestro posicionamiento consciente en el momento presente. 
Es cierto que tantas veces, –¡durante una gran parte de nuestra vida!– estamos condicionados por el ritmo frenético de las múltiples tareas que nos ocupan: idas y venidas, estudio o trabajo, compras, encuentros familiares y sociales…. Se pasan los días sin ni siquiera percibir todo lo grande y bello que acontece a cada instante, más preocupados por lo que tenemos que hacer o por lo que queremos y no podemos realizar. Y, cuando en algún momento nos paramos, entonces lo único que percibimos es que se ha pasado el tiempo sin darnos cuenta. Es una experiencia común que, sin embargo, nos mantiene alejados del verdadero disfrute de la vida.
Se dice que el único tiempo que existe es el presente. El pasado ya se fue, y el futuro aún está por llegar. Aunque lo cierto es que nuestro presente no es fruto simplemente de la casualidad, sino que en cierta medida está ligado y acompañado por nuestro pasado. Un tiempo que no se puede tampoco ignorar a la ligera en una especie de negacionismo de falsa liberación, porque, al fin y al cabo, lo que hoy somos y cómo vivimos, es consecuencia y resultado de lo que se ha sembrado. El pasado nos ha ido forjando, tanto en lo positivo como en lo negativo. Y hacernos conscientes de ello nos puede ayudar a orientar de una manera mejor nuestro presente. Pero ignorar lo que nos ha precedido, nos puede llevar a no saber cómo colocarnos en el instante que vivimos, y a condicionar nuestra recepción del futuro. Y eso es valido tanto para la historia personal, como social y comunitaria. Por eso se dice que quien ignora el pasado está condenado a repetir los mismos errores en el futuro.
Nuestro tiempo, en el cual la vida se sigue forjando, forma parte de nuestra riqueza y limitación. El pasado no puede ser cambiado, ni el futuro puede ser programado en todos sus detalles. Aunque sí podemos cargar de sentido todo nuestro tiempo. Y, especialmente, hacer del presente nuestro presente, y no un simple acontecer de cosas que suceden o que tenemos que hacer. Ahí está la maravilla del tiempo para el ser humano, que puede orientarlo y cargarlo de belleza y de sentido positivo.
El primer y gran cambio que está en nuestras manos para conseguir vivir con intensidad, es intentar hacernos conscientes de lo que va forjando cada segundo de nuestro vivir aquí y ahora, no cayendo en el peligro deshumanizador del mecanicismo o del instinto, que derivan en la rutina y el aburrimiento.
Creo que es muy importante para todos, el saber llenar de colores nuestro tiempo, para que no sea simplemente una experiencia de fugacidad incontrolable, sino para que se convierta en un ingrediente capaz de enriquecer de múltiples sabores la vida. No se trata tampoco de querer atrapar o paralizar el paso de las horas, o de querer acelerar su ritmo, sino acompasar el movimiento del reloj con melodías de conciencia y de sentido.