Eloy Sánchez Sánchez

Soñemos despiertos

Eloy Sánchez Sánchez


La tentación os hará libres

28/11/2022

"La serpiente me engañó y comí", le dijo Eva a Dios. En pleno siglo XXI la serpiente no requiere del engaño porque el fruto prohibido se ha convertido en el tentempié favorito de una sociedad en crisis consigo misma. Sin aparente rumbo, sin aparente razón de ser, con un camino difuminado por el hedonismo. El fruto prohibido se ha convertido en el favorito de una sociedad huérfana de valores, sin ningún tipo de compromiso, honestidad o humildad posible.
A fin de cuentas, ¿qué es un valor? ¿Qué significa tener principios o normas morales? Un valor no es más que un bien provechoso para uno mismo, más cuando este dignifica a la persona generando un bien común se convierte en valioso para una sociedad. Si elaboramos una norma o idea fundamental que emplee este valor como base alcanzaremos un principio. ¿Acaso no debemos tratar a los demás como nos gustaría ser tratados?
Tiempo atrás señalábamos al catolicismo como un instrumento típico de manipulación de masas y hoy al menos los creyentes orientan sus acciones de acuerdo a unos valores. De forma más o menos acertada, el creyente pretende cumplir con la finalitas de la religión católica, recorriendo el camino espiritual hacia Dios y siguiendo una lista de reglas religiosas plasmadas en una guía en forma de mandamientos. Al menos los creyentes saben hacia dónde dirigir sus vidas, tienen fe. Por el contrario, con la actual hueca moral imperante obramos siempre obedeciendo a una necesidad natural de búsqueda del placer y evitación del dolor. Será la lógica del necio o una vaga herencia de una educación católica, pero a mi parecer esta es la victoria del desorden social y la fragmentación existencial. Con la demostración de que incluso para el anarquista, tratar a los demás como uno desea ser tratado es un principio de obligatorio cumplimiento.
Vivimos el resultado de la perfección de una precisa seducción de los antivalores. Si la mentira nos acerca a la riqueza, le damos la bienvenida a nuestras vidas. Si la soberbia simplifica nuestro esfuerzo mental, le hacemos un sitio en nuestra mesa. Si romper nuestra palabra nos salva de complicaciones, prescindimos de nuestras responsabilidades y renunciamos a la memoria.
Caemos en la tentación porque nos hallamos sin protecciones en una prueba de resistencia. «La tentación os hará libres», enuncian los gurús de nuestra época. Ante esta deriva, solo podemos resistir y tener fe.