Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Despedidas

14/10/2022

Hoy he asistido a una ceremonia en la que se ha leído la primera Carta a los Corintios, que habla del amor y de la entrega como baluartes íntimos del ser humano y como el único camino real de decencia. San Pablo opinaba que lo único que pervivirá hasta después de cualquier apocalipsis que podamos imaginar será el amor, imperecedero y brutal en su descomunal fuerza espiritual. 
Creía también que, aunque no hubiera en el futuro una forma con la que entendernos, una lengua, un código de signos, nada, siempre quedaría el amor como puente a esa captación de los pensamientos del otro, del sentir y el penar del hermano que está enfrente.  
Habla el apóstol en esta biografía del hombre desnudo, sin atributos, de las transiciones de niño a adulto, de la pérdida de la inocencia, del devenir de crecer para olvidar lo que fuimos, pero también apela al espejo en que nos miraremos cuando pasen los años, acude a nuestra propia imagen que quizás reconoceremos solo en parte y que nos llevará, con las pupilas dilatadas, a enfrentarnos a lo que dejaremos de ser en nuestra despedida de este lugar de amanecer incierto cada día. 
El rito al que he ido hoy, y en el que todo amor ha estado bien presente, no era una boda, era una despedida, la despedida de un hombre común, extraordinario a la vez en su sencillo estar, un hombre que soñó en su juventud con un mundo más justo, que exploró tierra firme e islas no lejanas pero ignotas, que recaló en una ciudad de fábricas cansadas de su humo, que aprendió que la pérdida es un pilar en el que apoyar la cabeza cansada de dar vueltas a pensamientos ralos y vacíos. 
Pero el hombre común del que describo retazos inconexos era también poeta y al lado de la carta de Pablo a los Corintios, medido bajo el mismo rasero y desde el mismo púlpito engalanado para la tristeza, su hija ha tenido el temple de la voz para lanzar sus versos a un contrito auditorio, porque la pérdida es siempre sin medida cuando se escucha en voces de los que te quisieron más intensamente. Y los versos han dado dimensión a lo que fue este hombre. No solo las acciones, los trabajos, los pesos en la espalda nos conforman. No es verdad que lo que reflejamos en el día, es lo que somos. Cómo es posible que, entre ladrillos y ruidos asesinos de hormigoneras sucias, puedan surgir los cánticos a un sol que desvanece estuches de recuerdos; cómo explicar que, entre montones de arena solidificada, entre adoquines grises, se pueda hacer un cántico a la inviolable estancia de una rima. 
Qué descanso pensar que en una despedida queda la voz, en un cuaderno viejo, de todo lo que alguien fue y no contó, de todo lo que solo unos pocos conocían, de aquello que acusó la fuerza maldita de la vida, de los ojos de Oro en la frente de abuelo, frugal y sonriente, que cantaba sin ganas y escuchaba con atención reconcentrada y seria. Qué alegría que queden el amor de San Pablo y las palabras de un hombre recto y claro. Y qué suerte poder explicitarlo y que se sepa.
Las despedidas, aunque tengan amor y Dios mediante, son desgarradoramente dolorosas. Hoy, el hombre sencillo y el poeta se han alejado, en sus propias palabras, "como ríos sin afluentes que apetecen de lluvias, como águilas impedidas para seguir volando, como silencios que son bufones de sus mentes, como el que todo es nada y la nada es dejar de ser". Me pregunto si en esta lejanía repentina, José Antonio Cuenca, el hombre y el poeta, encontrará resquicios para volver a vernos cualquier día, desleído en "el deseo del retorno" que dejó con sus versos a los que le querían. Y como él, tantos y tantos, que en breves despedidas, llevaron el amor, y la idea primaria de nunca traspasar la línea imaginaria de los que están formados por estrellas.