Jesús Fonseca

EL BLOC DEL GACETILLERO

Jesús Fonseca

Periodista


Anatomía del silencio

17/01/2021

Como el invierno, escrito con dedos de nieve en su poesía, para así sentir la vida, José María Triper, uno de los autores más disfrutones y canallas de nuestras letras, nos acerca a los sueños, la sensualidad, el sexo y la sed; a la sombra y a la música callada, en su último poemario Anatomía del silencio. Y lo hace desde el convencimiento de que el silencio cura: «Sí, el silencio cura, /pero también duele sin querer».
El amable lector estará de acuerdo también con este gacetillero, en que ese confidente y chivato que es el silencio, puede convertirse igualmente en el mayor amparo o en un infierno. Pero Triper, Premio Internacional de Poesía José Zorrilla es, ante todo, un poeta del amor; lo que es tanto como decir de la holgura interminable de lo eterno: «Podría vivir la eternidad/ contigo/ y siempre tendríamos/ palabras para hablar./ Recorrer el infinito/ sin cansarnos,/ resucitar unidos la esperanza/ y esperar».
Regreso al silencio; a ese callar querido de los cartujos, mis amados monjes blancos como la nieve que nos bendice estos días. Lo mejor de Anatomía del silencio, es que contempla todos los silencios: desde el forzoso, al cómplice o culpable; ignorante, cobarde, compasivo, farisaico, o inteligente. Al silencio enamorado, que es el más sonoro de todos. Porque el silencio, asegura nuestro poeta, «es todo eso y sólo eso. Verbo, tristeza, soledad, deleite, felicidad, pasión y vida. Poesía».
La Editorial Sial Pigmalión, ha tenido el acierto de acompañar esta Anatomía del silencio, con un CD, a modo de bellísima antología musical, que convierte este poemario de José María Triper, en poesía cantada, a modo de la poesía susurrada y bailada que defendía el senegalés Léopold Sédar Senghor, cuando afirmaba que «la poesía llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente». Como en la Grecia de Pericles o en el Egipto de los Faraones, ciertamente. Como sucede aún hoy en el África negra. Ese continente del que mucho beberíamos aprender y cuyo silencio se ha roto para gritarnos tantas y tantas cosas.
Pero regresemos a lo que más importa: amar y ser amado. Desde el silencio cómplice, Triper confiesa: «Llámame como quieras, amor,/ pero quiéreme, aunque no me llames./ Quiéreme con el amor de un niño,/ quiéreme con la pasión del sol,/ quiéreme con la frescura eterna del rocío ,/ quiéreme como se adora a Dios».