José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Descartes

17/03/2023

Al igual que tres mil compromisarios chinos votando a su líder, o cien mil moscas frente a un montón de estiércol, diez mil académicos no pueden estar equivocados. Una equivocación es un error no intencionado, elegir desde la desinformación. No es posible que los miembros de la Academia Cinematográfica hayan metido la pata el domingo, lo que han hecho fue deliberado, con pleno conocimiento de causa. Han preferido encumbrar a una película muy por encima de otras. Pero elegir es descartar; al optar, abandonamos. Se nos puede definir por lo que rechazamos antes que por lo que escogemos, dime a qué renuncias y te diré cómo eres. Los comicios se podrían decidir no por los votos en las urnas, sino por los no usados de las cabinas.
El cine, como arte, sobrevive a las modas y al tiempo contando historias, transmitiendo emociones, adaptándose al entorno. No tengo nada en contra de la película ganadora —«apabulladora», más bien— de los Oscar de este año. Nada en contra, pero tampoco nada a favor, coincido en gustos con el gran columnista que es Fernando Romera. Vi la película en televisión, pasé el rato, pero no pulsó la cuerda que todos llevamos dentro y que, sin saber por qué, a veces se pone a vibrar. Me hizo ilusión el familiar plantel: Data, de los míticos Goonies, Michelle Yeoh, que enamoró en Tigre y Dragón o Jamie Lee Curtis a quien, lo confieso, tardé un tiempo en reconocer. Pero los multiversos no me aportaron mucho —bastante con los de la política local y nacional— y la realización se me hizo plúmbea a veces y muy acelerada en otras. Parece que la película está pensada para lograr atraer al cine a la generación enganchada a Tik Tok, la acostumbrada a otras formas de narrar, a los que ya no van. Yo sigo yendo.
Todo a la vez en todas partes, habrá de ser. Colin y Brendan miran al mar de Inisherin y sonríen, sabedores de que en otras dimensiones habrá siempre una Guinness. Tom, con la media sonrisa pícara en los ojos, hace otro vuelo rasante con su F-18 a la torre del portaviones del teatro Dolby. Los na'vi, aburridísimos pero impecables en su tridimensionalidad, surcan las aguas a lomos de los miles de millones recaudados. Cate, cancelada doblemente, golpea el atril con la batuta, ajena a todo, y ataca el Adagietto de la Quinta. Los millones de cadáveres en vida de Remarque recuerdan, en medio de la tierra de nadie, la inocencia que perdieron para que otros elijan futuro. Sarah Polley insiste en dar voz a las mujeres, aunque nadie las quiera escuchar. Desde el cielo, si es que en verdad murieron, Elvis y Marylin se preguntan en qué fallaron, entonces y ahora. La tristeza sigue contenida —aún más— en un triángulo. Babylon calla y no dice nada, ¿para qué? Ya dijo todo sobre por qué Hollywood es como es.
Elegir es descartar, descartar es elegir. Mientras se apagan los aplausos en la gran sala de vestidos y esmóquines, yo elijo al tuerto John «Lynch» Ford. Entre calada y calada a su puro, dice al padre de ET, de Indiana, de la lista de Schindler, del soldado Ryan, de mi memoria cinematográfica: «No te preocupes, Steven. Lo importante no es el aquí o el ahora, sino la eternidad. ¡Ah, y el horizonte, no lo olvides! Arriba o abajo, pero nunca en medio».