José Ignacio Dávila

Pensando

José Ignacio Dávila


Afán, respeto, esfuerzo y empeño

30/04/2021

En las crónicas de la historia real, en nuestra casa, atesoramos lo que nos ha pasado, en generaciones pasadas, contando las intrahistorias de cada día, las cosas que forman parte de nuestro mundo real, el que cuenta. Las notas en la historia pueden ser recogidas en papel, en archivos recogidos por el afán de los grandes historiadores y su respeto de la visión de cada ciudadano soberano en la realidad que nos toca. Las notas reales comienzan con el esfuerzo y llanto del niño que nace en derecho a vivir, las voces de los padres que reconoce el hijo, el afán diario que da entrada a las palabras que nos dan el tiempo real de la convivencia, en el diálogo para ser partes de la convivencia real en el escenario posible de la vida normal, acompañados por las notas de la música social, en el escenario de la vida real, con el esfuerzo de ser partes que sumar y compartir los valores que se hacen reales por encima de arengas excluyentes.

Por encima de toda llamada a la división excluyente, el empeño por conseguir una vida digna, para nosotros y los hijos, con recursos para los padres, nos descubre que lo importante es la real capacidad política, moral y responsablemente preparada, para organizar y orientar a esta sociedad, superando problemas virales, económicos y laborales. El papel aguanta, mas el afán de las proclamas deben sustentarse en hechos; ante los retos reales no valen discursos sino hechos teniendo claros los objetivos y los problemas que superar, desde la primera línea del ataque hasta el final, que seguro que definirá el nuevo punto de partida de los nuevos problemas y virus que nos querrán jorobar, para seguir haciendo una sociedad mejor. Las palabras se las lleva el viento; pero si descubren la realidad que nos toca mejorar, empleos por recuperar, sociedad que defender y dinero para alimento, casa y luz en el camino por seguir, no se olvidan.

El valor de la convivencia es la realidad de nuestro mundo, pequeño, o grande, pero inmenso en familia, en pueblo y comunidad. Se convierte en el patrimonio material y espiritual que nos pertenece, sin que nadie se interponga, ni nos distraiga con discursos excluyentes, ante el respeto de la importancia que tiene sumar opiniones y opciones de vida. El sentimiento y pensamiento para hacer una comunidad de todos, la mejor posible y en la vida de todos, es la realidad la que nos toca compartir, convivir y conseguir ver que se llega a fin de mes, sin que ninguna ideología se imponga a la razón, al afán del sentido común de una sociedad real que pisa el suelo y no vive de lo que pueda llegar desde las nubes de la imaginación. Los hechos se miden en realidades objetivas, que se cuentan, valoran, y se comparan con el antes y el después; en una visión del pasado y empeño para mejorar en el presente.

El diccionario de la realidad política no admite cambios interesados de las palabras, que nos dicen cómo estamos ni se escudan detrás del quizás mañana será mejor. La comunidad se hace desde la conciencia clara de lo bueno y de lo malo que nos pasa, nos permite enjuiciar moralmente la realidad y los actos propios y ajenos que organizar para una vida en convivencia social. Estamos en un mundo real, con el afán, respeto, empeño y esfuerzo exigible en este mundo de la política que necesita tener los pies en el suelo y la cabeza conectada con las cosas del trabajo y del comer de cada día. Nuestra real y universal lengua española, nos señala la importancia de la consciencia, la capacidad de reconocer la realidad circundante, para poder recuperar la actividad mental que nos haga sentirnos presentes en nuestro mundo, con la realidad de cada día, como verdadero programa político asentado en el consenso constituyente de cada día por vivir. Los sueños admiten todo paraíso idílico, mas la conciencia social juzga entre lo verdadero y falso para sentenciar en votos por la convivencia posible, real, sabiendo cómo somos de variopintos, singulares, y necesarios para la convivencia, como parte de la Constitución que defender; sin que nadie nos arranque las páginas del diccionario de las palabras que definen lo bueno que tenemos y lo malo de cuanto fuimos capaces de hacernos sufrir, ni olvidar nuestra historia común.