Ismael del Peso Jiménez

Los hollines de las llares

Ismael del Peso Jiménez


En esta casa solo caza mamá. ‘Caza_Dora’ de sueños

02/03/2023

Esa calma en el llover, tan despacito y «al tran tran» y el silencio y lentitud con que la tierra ha ido cogiendo el tempero, dejan encintas las solanas de los valles. La Sierra amanece con el esplendor del brillo y la dulzura en la mirada de una madre.
Las criaturas montaraces acopian para el invierno. En cualquier rellano se hartan de hierba y en cualquier orilla se entretienen con el rebusco del estello de bellotas y castañas que empiezan a reventar. Las últimas hojas que aún yacen amarillas y marchitas bajo el vuelo de los robles, arces, y fresnos son pienso de engorde por excelencia para las reses. En medio de los colores de las tenues luces de otoño, parecen aún más hermosas y más apetecibles. Con la «vainilla» y hojas de fresno y muérdago de enebro se mantienen las reses montunas varios meses con el riñón bien cubierto y los hijares bien llenos. Con semejante bocata di cardinalle tienen mejor lustre en la pelambre que la mejor de las corderas criada con tolva de pienso. 
La berrea ha sido muy buena.Potente, intensa y sonora. Las reses, al mojarse el lomo y con la bonanza del otoño, se han arrojado mánsamente a los brazos de sus instintos más primarios. La llamada de lo salvaje.
La blandura del monte atemperado, y por ende, mullido y silencioso, nos han facilitado los recechos. Cazadores y guías, hemos disfrutado cada lance y cada instante de este espectáculo que supone un epígrafe único en el libro de nuestras sierras. El lector nunca se aburre de leer una y otra vez el mismo libro. En cada nueva lectura, nuevos renglones, nuevos textos, capítulos inéditos y diferentes desenlaces de la trama. 
Las expectativas de recechos estaban cumplidas y ya con menos agobios, era momento de disfrutar los últimos latidos de los amores cervunos, con el deleite y la tranquilidad de la labor terminada. Aún quedan ciervas berriondas con celos tardíos que animan a los ciervos más jóvenes a perpetuar su especie, desafiando las lindes del Edén hasta ahora prohibido. Los ecos de los amores de las reses más bravías se prolongan unos días haciendo resonar los ecos de la brama en cada rincón de los barrancos de la Sierra. Vísperas de la Virgen del Pilar. En otro tiempo estaríamos programando la vendimia. Ahora los planes más inmediatos son los primeros hongos y las primeras cagarrias. 
Una llamada de teléfono inesperada trunca los planes. La berrea se va apagando despacio día tras día con la misma lentitud con que hace apenas un mes se encoraginaba. Se hace más y más tenue a médida que el estío se va desvaneciendo en silencio hasta desaparecer. Una chica interesada en recechar un venado. 
Cuando me pasan el recado no puedo evitar una sonrisa indulgente y un suspiro de resignación. «¿Un ciervo en berrea? ¿Ahora? ¿A berrea pasada? ¿Y encima su primer venao? Amos no me jodas». 
Hablo con la chica en un intento fallido de convencerla para aplazar al siguiente otoño su rececho. El primer venao en berrea sólo pasa una vez en la vida. 
Es testaruda, impulsiva, tozuda y con las ideas claras. Obstinada como las mulas, la huida siempre hacia adelante y sin mirar hacia los lados. O caza el venao o caza el venao. No hay más opciones. 
Pues nada, juguemos a Dora La Exploradora. 
La primera jornada nos juntamos con las primeras luces del alba y por primera vez asocio la voz a las facciones de un rostro.
Apenas dos ósculos y un cordial apretón de manos acortan las distancias entre guía y cazadora y nuevamente advierto la dificultad de la aventura. No hay manera. Como machacar en hierro frío... Sueña con su primer ciervo.Y aunque entiende cada matiz de mis pesares no cesa en su empeño. Le puede la ilusión y sin querer me la contagia. 
El primer día de rececho no redondea pero la caza es así. Cuando no falla el guarda fallan los ciervos y cuando cumplen guías y venados falla la cazadora. A menudo no es problema del arco ni de la flecha sino del indio. 
La segunda jornada, casi entre dos luces y apurando los últimos alientos de la tarde, caza su venado. En esto de la caza hasta la punta del rabo todo es ternera. 
Ya no fueron ósculos. La emoción le invade y tiembla después del tiro como un manojo de nervios. En el encare, la pierna de la chica cobra vida propia y tiembla como el baile de San Vito. Pero esto no es óbice para acerrojar un tiro certero. Llora de alegría. La sonrisa y la mirada lo dicen todo. El esfuerzo y la persistencia han merecido la pena. Gente que habla tu idioma. No habían pasado tres horas y parecía que nos conociéramos de toda la vida. De las personas que vienen de frente y miran a los ojos. 
Montse del Dedo Herrero vive por y para la caza. La actividad cinegética no solamente es su pasión. También ha trazado la dirección de su vida profesional convirtiendo la caza en ocio y pasión vocacional al tiempo que en un verdadero y auténtico estilo de vida. Si los niños vienen con un pan bajo el brazo, Montse llegó con un rifle, un trípode y una mochila (aunque a merced del destino, guardaría la dote hasta muchos años después). Hay dos grandes momentos en la vida de una persona. El día que nace y el que descubre para qué. Transmite una pulsión ingobernable por la caza. 
El monte y la caza. La chispa de su vida. 
Excelente comunicadora y defensora a ultranza de la actividad cinegética, expone cada día la realidad del mundo de la caza y el medio rural a través de sus redes sociales, arrastrando en su cuenta de intsgram más de quince mil seguidores. 
Protagonista y colaboradora en diversos documentales se esfuerza en mostrar la realidad del mundo de la caza, del papel de la mujer cazadora y de lo que para ella supone y le aporta esta actividad tan ligada al ser humano como su propia historia. 
Apasionada de las esperas, entusiasta de los recehos y amante de las monterías y de jornadas de caza menor. 
La caza es la actividad que más acerca al ser humano a sus orígenes y a su verdadera razón de ser. Pero también acerca a las personas y a veces les hace inseparables .
 Sumida en la inspiración de los acordes de una melodía sublime de ladras y agarres memorables, Montse escribe cada día nuevos capítulos e improvisados renglones en el libro de la historia de su vida. Una versión moderna y actualizada «Del Libro De Montería» porque es de toda suerte imposible definir cuál de los dos autores siente con más pasión los latidos de la caza en el corazón. La reencarnación contemporánea de la diosa griega Diana o Artemisa. 
Cabra montés, ciervo, arrui, corzo, jabalí... Montse está embarcada en una interminable colección, aunque no de trofeos pomposos sino de lances y momentos. Probablemente lo más bonito y memorable no sean los trofeos sino toda la historia, personas, momentos, emociones,  vivencias que evocan al contemplarlos. Desde los idus de marzo los ladridos de los corzos quebrantan sus sueños y los alimentan. Soñará con duendes, con los duendes de los bosques. En septiembre los bramidos del venao serán los protagonistas de sus desvelos. Octubre, le hará partícipe cada noche de la ronca de los gamos. Y en las vísperas del Pilar, el eco de un un soneto que retumba en los canchales con los versos que entonan trabucos y caracolas serán su canción de cuna en la que mecer sus sueños cada noche hasta la próxima primavera. 
Cazadora de sueños e infatigable aspirante al disfrute de verlos consumados aunque parezcan inalcanzables. 
«La caza es una colección de lances y no de resultados». Siempre sentencia el incombustible Luis Esquiró. Quien me iba a decir a mí hace más de setenta años que habiendo nacido en la calle Fuencarral de Madrid, sería el mayor enamorado y criador de mastines de España. ¿Quién le iba a decir a Montse que poco después de su incorporación al mundo de la caza, sería un icono y un referente de la mujer cazadora? Pues Amanda. ¿Quién sino se lo diría? 
Como bien dice su amiga Mandy (que en este caso no es diminutivo de Amanda, sino de hermana, porque así lo siente y así lo manifiesta): «Gran amiga, más bien una hermana, a la que adoro y admiro». Ejemplo de perseverancia lealtad y superación «sobre todo, como bien sabe Lucas, desde que en casa ya sólo caza mamá...»

ARCHIVADO EN: Caza, Vendimia, Madrid, España