Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Meriendas en bandeja de plata

28/05/2022

Desde hace unos meses tengo una nueva costumbre. Los domingos por la tarde, que viene mi abuela a comer a casa, pongo a hervir el agua y preparo la bandeja de plata con las tazas, las infusiones y la merienda. Mi abuela es una maestra limpiando este metal, hasta tal punto que la pasada Semana Santa, al visitar a la Esperanza, preguntó qué usaban para tener la plata tan brillante. Tiene tanto arte y talento para ello que, cuando lo hace, yo me quedo embobada mirándola, embriagada por el olor del Tarni-shield. A veces la ayudo, otras solo me da conversación y me cuenta quién le regaló cada objeto, pues la plata no se compra, te la regalan y además hay que llevar buena cuenta de ello. Luego, cuando veo los relucientes objetos por la casa, me imagino a los regaladores y, aunque aún brille, para mi gusto siempre que hay que limpiarla, pues eso implica ver a mi abuela en acción.
En acción también la veo cuando hace croquetas. Que nadie se ofenda, pero le salen las mejores del mundo. No solo por la bechamel, espectacular y enteramente hecha a mano, sino también por la perfección con la cual forma las croquetas, todas iguales y del tamaño perfecto. Como con la plata, siempre he sido más dada a mirar que a ayudar, pero también lo he hecho y, cuando me puse yo a hacer tan delicioso manjar, desde el primer día seguí todos sus pasos. Las largas horas de observación y las menos numerosas de ayuda surtieron efecto, pues desde el principio me quedaron parecidas. Y menos mal porque ni mi madre ni mi tía se han molestado nunca en aprender el secreto mejor guardado de la familia. Para eso estamos mi primo y yo: él se ha especializado más en los bizcochos, de los que también es maestra. Hubo un tiempo en que los hacía con las natas de la leche… y mejor no sigo hablando porque estoy salivando. Así que tampoco hablaré de sus natillas. 
También tiene una maestría fuera de lo común para la costura, heredada de su madre, que siempre la contaba historias con la aguja de la mano. Ella aprendió desde bien pequeña, y no hay cortina que se le resista. Las mías, todas obra suya, son superiores a las de cualquier lugar y, si sobra tela, te hace el cojín a juego. Seguramente también venga de su madre el excelente gusto de su joyero, que yo siempre miro con deseo y que en ocasiones especiales me ha prestado. Pero igual este no sea un tema del que hablar en público. 
Mi abuela se ha mantenido en forma toda su vida, aún hoy lo hace caminando. De pequeños a veces nos uníamos a sus paseos, pero no podíamos seguirle el ritmo, nos cansábamos rápido. A veces me pregunto también si, al andar, no había un eco de Machado, pues igual en cada paso que daba, iba soñando caminos. Soñando esos caminos que se le pudieron cerrar por el tiempo en el que le tocó vivir o quizá solo iba haciendo camino al andar. Una senda en la que ha ido sembrando semillas que poco a poco ve crecer, quizá en sus hijas, quizá en sus nietos. Pero mientras ella sigue andando, yo sigo esperando a que limpie la tetera de plata para completar el ritual de los domingos. Ella me dice que ya más adelante. Yo insisto en que sea ya. Porque el valor de las cosas está siempre en el momento actual y hay que disfrutarlas en el tiempo presente. Como de las cortinas. Y de las croquetas. Y de limpiar la plata. Y de las meriendas en bandeja de plata.

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