Juan Carlos Huerta

Cosmorama

Juan Carlos Huerta


El Juan que yo conocí

26/03/2023

Estaba escribiendo un mensaje de wasap para su sobrino Javier, pero se me estaba haciendo tan largo, que decidí darle forma de obituario o algo así. Quiero advertir que no voy a contar cómo era Juan. Me sigue pareciendo muy presuntuoso decir cómo es alguien, cuando ni siquiera sabemos a ciencia cierta cómo somos cada uno de nosotros. En estas improvisadas líneas únicamente voy a esbozar quién era el Juan que yo conocí.

Juan, además de un compañero, de un gran cronista de Ávila, especialmente de su intrahistoria, fue una de las primeras personas que me acogió hace 32 años sin reparar nunca en nuestras diferencias. Me mostró la ciudad a la que tanto quiso, con sus muchas luces, pero también con sus sombras; sus archivos, también sus antros; me enseñó el qué y el quién de la Ávila que, con vértigo de altura, daba un paso al nuevo milenio. Me relató historias y leyendas de una épica escrita en las piedras. Le apasionaban los relatos épicos en los que siempre ganaban los caballeros abulenses. Juan tenía algo de Alonso Quijano y su perro Benito, de fiel escudero, un pariente consentido del puro cariño que le daba, porque Juan era una persona generosa, auténtica, y muy cariñosa, a cuya sensibilidad daba rienda suelta en poesías que se guardaba para él.

Eso sí, cuando se ponía borde y llegaba a la Redacción con el cable cruzado imponía su peculiar tregua. Pasaba muy pocas veces, porque las más, hasta en nuestras últimas conversaciones, destilaba un sentido del humor desternillante y surrealista y una filiación moral que Juan llevaba bajo el brazo, como dos enormes tomos que no dejaba de explorar cada día: la honestidad y la dignidad, tanto en el periodismo como en la vida, porque para él, ambas facetas eran inseparables.

Juan no soportaba a los pedantes y a los vanidosos. Siempre vivió en los confines de los de 'su clase', en una ciudad clasista y provinciana. Le seducía cruzar al otro lado del muro, para descubrir los relatos de otras fronteras y anotaba en servilletas de papel las ocurrencias y disparates que cazaba al vuelo entre el sonido de las copas y el humo del lumpen. En su día, parte de ellas ilustraron El Cárabo, la revista de la noche de Ávila, cuando Ávila tenía noche. Tampoco soportaba la informática. El ordenador era su particular Caballero de la Blanca Luna.

Juan era muy curioso. Nunca escondió al niño que llevaba dentro. De su curiosidad salieron sus mejores artículos. Le intrigaban los meteoros, los rincones escondidos, los incunables, las alturas, el paisaje y el paisanaje recóndito de las pinturas negras que descubrió espigando los viejos periódicos.

En fin, ese es el Juan que yo conocí. Ya no está entre nosotros, ni le veremos entrar en la Redacción saludando con motes improvisados a sus anteriores compañeros. Que la tierra le sea leve y se reencuentre pronto con su leal Benito.