José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


El valor de la palabra dada

21/03/2021

Nos lo advertían los antiguos romanos, pero ni aún así “verba volant,sed scripta manent”, las palabras se las lleva el viento. Y nosotros, los nuevos que veníamos, nos pasaba como a muchos nuevos de todas las épocas y a muchos de los que vendrán. Pensábamos que un apretón de manos lo arreglaba todo, como en los viejos tiempos. Y eso que ya los de los viejos tiempos nos decían que nunca un apretón de manos valía delante de un abogado. 
A esta altura del camino ya nos han engañado suficiente, pero todavía tenemos aguante para más. Un exégeta católico me dice que en España hay una tolerancia a la mentira como si fuera un pecadillo menor, como si en el fondo “te mintieran por tu bien” perpetuando una minoría de edad sin fin. Como si aquí los pecados de verdad fueran otros. Sin embargo, la mentira como el cinismo suele destruir a quien los ejerce. Hay algunos pájaros que son tan prisioneros de sus propias mentiras que cuando les abren la puerta de la jaula para escapar prefieren quedarse cantando dentro de las jaulas de oro de sus propias ensoñaciones y configurando una realidad a medida. Otros por el contrario consideran que mintiendo llegan a la pata coja a la meta y pocas veces se ha dado el caso. Siento citar a Aristóteles de nuevo, pero lo podría recoger Cicerón o Burke, al final la ética es el camino más corto entre dos puntos. Es el verdadero atajo vital. Decir siempre la verdad, como decía Bismarck era la mejor forma de que no te acabaran creyendo. Y eso que este personaje se las traía.
Por si acaso no nos quedaban claro para que veamos que aquí ocurre como en el Don Juan Tenorio, uno no se condena porque le engañen si no porque quiere condenarse. No es un seductor nato quien nos engaña, el que tiene esa merecida fama, somos nosotros quienes decidimos que podemos jugar mientras los protagonistas son otros, que son los que tendrán que vérselas con su destino al final cada 31 de octubre mientras otros comen calabazas y son felices. 
Una obra genial que hemos leído, visto en el cine hasta la extenuación como es El Señor de los Anillos nos lo repite “lo siento en el aire, lo siento en el agua, los tiempos están cambiando”, pero nuestra naturaleza humana va a seguir queriendo que nos comportemos como en ese chiste tan ochentero que impenitentemente afirmaba “miénteme Pinocho” para que podamos seguir a lo nuestro mientras los demás siguen a lo suyo. Por eso cuesta tanto discernir en estos tiempos lo bueno, lo bello, lo verdadero, e incluso lo que nos conviene. Cuando al final los principios se visten de batalla cultural como si fuera la fortaleza, es que no hay principios, porque como en la moda, importa el traje, el autor, el material o el corte, no el valor. Y sin principio todo se puede transformar en cálculo. Es mejor la coherencia que la ejemplaridad, cada vez estoy más convencido. Una es callada y la otra busca siempre el fuego de artificio. 
A esta época ya se la denomina la época de la post-verdad, y a lo mejor lo es porque ya quedan pocas vestiduras que rasgarse. La verdad y la mentira parece que puedan ir de la mano. A la mentira ese paseo la agrada porque la camufla. A la verdad, este paseo la genera nauseas porque no está concebida para andar con el barro que ensucia sus vestidos blancos. La verdad es poco amiga de querer blanquearse aunque no la quede más remedio. Repito como casi siempre, no es ser perfectos, ninguno lo somos, es simplemente que cuando te vistes de primera comunión hasta que llega la segunda, mejor no ponerte a revolcarte por el suelo, como bien nos han recordado muchas madres y padres, abuelas y abuelos en nuestra querida Ávila. Aunque ya me dicen que han cambiado mucho los vestidos de comunión. Será porque se pueden comprar on-line.