Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


La Francia vaciada

04/05/2021

A mí me gusta mucho Francia. Quizá sea eso que se llama un francófilo y que en España tiende a compararse con el despectivo «afrancesado», algo tan viejo ya que no merece la pena ni ser mencionado. He traducido poesía francesa (hace no mucho falleció mi admirado Philippe Jaccottet) y admiro también la gastronomía de los vecinos de arriba más con el afecto que con el estómago. Pero no soy un devoto del mundo post-revolucionario ni de la santificación de la modernidad traída por el pensamiento francés. 
No creo que en la superioridad intelectual que trajo. Ni en esa pretendida autoridad que ha dado lugar al sentimiento de altura moral de la cultura de izquierdas. Lo que me gusta de Francia es su mundo rural y campesino, sus pequeñas ciudades y su organización. Pero sobre todo, esa manera tan propia de vincularse con su pasado y cuidarlo sin caer en lo paleto y lo vulgar. Lo que conozco de suyo va desde la Auvernia hasta Lyon y desde la Bretaña a la Provenza. Una diagonal que, dejando a París, va del Canal al Mediterráneo. En la Auvernia me he encontrado con danzas que recuerdan y no remotamente a nuestras jotas castellanas en fiestas locales que no guardan especial distinción con las nuestras. En Lyon he podido comer cardo (cardons allí),  con alguna diferencia culinaria, pero un ritual similar. Lo que aquí se come en Navidad, allí se come el martes de Carnaval, el «Mardis Gras» o martes graso. En Provenza se hacen unas sopas de ajo aderezadas con hierbas aromáticas frente al pimentón castellano, por lo demás, sin mucha diferencia. Y, con todo ello, el pueblo francés, su Paysan, se está marchando a la ciudad. También se está dando allí una Francia vaciada. Va a un ritmo distinto del castellano (digo castellano y no español porque el gran problema lo tenemos aquí), pero supone un goteo preocupante y constante. 
Los jóvenes ya no quieren dedicarse a la agricultura, que es igual de dura que aquí. Muchas empresas tradicionales y familiares se están desintegrando y eso pone en peligro gran parte de la «grandeur» de sus productos y de sus delicias regionales. En muchos pueblos se han quedado sin bares donde tomarse un café y charlar como se hace aquí. Y tampoco crean que se le está dando una solución al asunto. A mí me gustaría saber si se puede copiar alguna política o si hay alguna cosa importable. Pero no. 
La cuestión es que nuestra cultura occidental es urbanita. Nos gustará más o menos vivir en una gran ciudad, pero tendemos a imitarla en cualquier otra. Todos, aunque vivamos en una ciudad de sesenta mil habitantes, queremos tener una gran calle comercial llena de franquicias de moda, un par de grandes centros comerciales y, a ser posible, restaurantes con dos estrellas Michelin a menos de cinco kilómetros de casa, amén de un par de teatros con programación estable, cines varios con estreno semanal y, hasta hace no mucho, un aeropuerto, aunque fuese regional, con el que poder hacer una excursión de fin de semana a Roma o París. Si no se puede o si las expectativas no se acercan mínimamente, mejor es emigrar. El campo y su industria se entienden casi como un fracaso personal. Incluso quedarse en una ciudad pequeña, caso de Ávila, es visto por quienes emigraron y cogieron el ascensor social, como un pequeño fracaso o una pereza imperdonable. Castilla y, en general el mundo rural, se percibe como un espacio hiper-conservador y antiguo, donde las costumbres siguen siendo decimonónicas. Como si no pudiésemos acercarnos a Madrid para irnos a Indonesia o a Kenia como cualquier otro, o darnos una vueltecita por el mar cada pocas semanas si nos viene en gana. Quizá esta perspectiva sea algo natural y consustancial a ese mundo urbano. O quizá exista un cierto interés en que ese mundo se vacíe. Es la mejor manera de borrar definitivamente esa conexión occidental con el pasado y anclarnos definitivamente en una post-post-modernidad que no entendemos del todo. Al fin y a la postre, no es algo que se esté dando sólo en España. 
Hace unos días se ha estrenado una peli francesa titulada Un doctor en la campiña. Trata sobre un veterinario rural francés. Si tienen gana (y oportunidad) vayan a verla comprueben, por favor, que estamos luchando contra gigantes.