M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Vértigo

05/02/2023

Copérnico situó a la Tierra como un astro en la órbita del sol. Como terrestres, pasamos de creernos que éramos el centro del mundo a ser otro el astro que ocupaba ese centro. Este giro «copernicano» fue difícil de digerir, se vivió como una afrenta hacia Dios y hacia los hombres, como una ofensa. En los casi quinientos años que han transcurrido desde la muerte del científico polaco, la astrofísica –esa rama de la física aplicada a la astronomía– ha ido cambiando el lugar e importancia de nuestra galaxia en relación con el universo. Y los telescopios espaciales Hubble y Webb nos han revelado datos que nos hacen cuestionar nuestra concepción de la vida y nos retan en nuestra capacidad de comprensión del tiempo.
Cinco años antes de acabar el pasado siglo XX, Hubble apuntó a una pequeña porción de cielo que parecía vacía, pero la sorpresa saltó cuando se contabilizaron en torno a unas tres mil galaxias en ese lejanísimo y, desde la Tierra, pequeño espacio. La luz que captó el telescopio espacial en algunas de ellas, se habría emitido hace unos trece mil millones de años, cuando el universo –según la regla del tiempo a partir del Big Bang– tenía apenas ochocientos millones de años. No sé si reflexionar sobre este saber nos coloca al humano al borde del abismo existencial, pero ese ejercicio de la razón nos ayuda a situar nuestra existencia en un lugar más correcto.
Sigamos. El telescopio Webb alcanzará con su óptica la región del universo inexplorada donde se emitió la primera luz captada, hecho que sucedió hace unos trece mil setecientos millones de años. Estas cifras nos desbordan. Es como si estuviéramos al borde de un precipicio ante el que sentimos un profundo vértigo: Cada galaxia arrincona mi alma en el vértigo. / He recogido segmentos de la luz primera / y temo cegarme con su verdad, pues no sé / si esa luz es el fin de los dioses. Y me pregunto si existen aún esas galaxias que emitieron la primera luz del universo pues, como cualquier mortal, las galaxias algún día dejan de emitir luz, que es su manera de respirar, y entonces mueren. 
Mirar en la profundidad del espacio es mirar atrás en el tiempo y en la materia que conforma al ser humano. Todos los elementos de los seres humanos provienen de las estrellas que estallaron en algún lugar y en algún tiempo. Somos polvo de estrellas y es posible que más allá de esta vida alguno de nuestros elementos vuelvan a ser parte de ese polvo, pues como dice –repitiendo una frase del Génesis- el sacerdote católico cada miércoles de ceniza al feligrés al trazar una cruz de ceniza en su frente, «Polvo eres y en polvo te convertirás». 
«Soy un pequeño ecosistema nacido del polvo de galaxias, / adonde volveré en el viaje sin tiempo / tras la muerte. Pero estoy hablando un idioma / que no conozco, que me llama y enamora / como canto de sirenas que han conversado con los dioses.» Se cree que las primeras estrellas eran cien veces mayores que el sol, que estaban formadas por hidrógeno, ese elemento que es el más sencillo que existe. Y también se cree que «sólo» vivían tres millones de años y luego explotaban. Quizás, esa débil radiación infrarroja captada por el telescopio Webb sea de una de ellas. Pero para el ojo humano esta radiación es invisible, quizás tan invisible como nuestra capacidad de comprender íntimamente estas cuestiones, por lo que sentimos ante ellas el vértigo de nuestra propia existencia. 

ARCHIVADO EN: Astronomía, Siglo XX