Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


¡La estrella de la mañana!

23/09/2020

Después de poco más de un mes, aquí me tienen de nuevo amigos lectores, un paréntesis para una experiencia fuerte vivida, que si me permiten hoy les cuento hoy en estas líneas y que me ha apartado de estas páginas. Con ello también quiero enviar mi agradecimiento más fraterno y sincero a cuantos me aliviaron en aquella corta estancia en el hospital de Sonsoles.
Ante circunstancias inquietantes, como ahora lo son las del covid, siempre bombardeados de noticias, muchas de ellas contradictorias, otras cambiantes de día en día y otras intoxicando el ambiente, llegas a sentir el tema cansino, como que te acostumbras a los muertos y a los afectados graves, te hacen algo insensible a la realidad que está ahí pisándonos los talones. Piensas que esas historias nunca las vivirás en primera persona. Pero nada más lejos de la realidad… 
Acababa de regresar de un corto viaje con un amigo cuando me empecé a sentir mal, con los síntomas clásicos del «bicho» y con el miedo en el cuerpo llamé a urgencias de mi Centro de Salud. Era domingo y el lunes a primera hora allí me convocaron. Tras una placa, dos noticias, como se suele decir, una mala y otra buena: la primera, que por los síntomas, tenía el covid… la otra, que por lo que mostraba la placa estaba bastante bien, no debería revestir gravedad.
Inmediatamente a urgencias de Ávila. Después de un día agotador de pruebas, analíticas y una larga espera, por fin deciden ingresarme. Un mazazo cayó sobre mí, pero me puse en las manos de una doctora tan amable como clara que dijo quería tenerme en observación, me tranquilizó. Aunque en esos momentos sea difícil de conseguir, a pesar de te digan que no reviste la gravedad de otros casos, para animarte, todo te hace pensar en lo peor, por lo que aquella primera noche de hospital hizo hundirme el ánimo. Compartía una habitación, la 831-2 fuertemente aislada con otra persona mayor y enjuta que no se daba cuenta de nada, uno de los desafortunados de Candeleda de graves consecuencias. 
Todo el personal sanitario, doctores, enfermeras, auxiliares, servicio de limpieza… todos en conjunto se mostraron con la máxima exquisitez, por lo que me sentí tan en buenas manos, que fue lo que más me tranquilizó asumiendo con normalidad todas las indicaciones del cuerpo sanitario. Fue una estancia corta y afortunadamente muy eficaz, de tal modo que debo expresar públicamente mi reconocimiento por la experiencia dura y por el ingreso corto y eficaz. Luego vendría el confinamiento en casa, unos días tan pesados como largos, pero muy animado porque la mejoría pronto se manifestó. Por eso, pasados ya aquellos momentos, no quiero dejar de contar las sensaciones y vivencias. 
A medida que oscurecía la soledad me abatía, mi mente no paraba de dar vueltas a esta situación que nunca piensas que vas a vivir… La noche era calurosa y estábamos con la ventana abierta. Las posibilidades inciertas me ahogaban en mi soledad… bien tarde pasó la doctora y unas enfermeras siguiendo con la medición de constantes. Momento después quedé abatido en mi soledad. De pronto una enfermera a mi lado me dio palabras de ánimos, fue como mi ángel de la noche, que me confortó, me dio ánimos y me tranquilizó… Una labor encomiable, no solo en lo médico, sino en lo afectivo. En ese momento, tan agradecido, no se me ocurrió otra cosa que decirla que era mi ángel de la noche... Y así, mirando al cielo abulense, muy luminoso y por ello con pocas estrellas… pero allí estaba Venus, ese astro que luce toda la noche y desaparece con las primeras luces del día. Es la estrella más luminosa de nuestros cielos. A nivel religioso se la identifica con la Virgen en la jaculatoria «estrella de la mañana»... y así, mirando a Venus o la estrella de la mañana, recé a Las Angustias, hasta quedarme profundamente dormido.
Una vivencia que nunca olvidaré, por el impactó del momento, porque me entregó a otra dimensión y al pensamiento de la vida…