Fernando R. Piñero

Blanco sobre blanco

Fernando R. Piñero


La fiesta de Sorolla

21/01/2023

En noviembre de 1911, Joaquín Sorolla y Archer M. Huntington, filántropo e hispanista americano, firmaron en París un documento por el que el pintor se comprometía a realizar una serie de pinturas con temas representativos de las regiones de España. Las pinturas decorarían la futura biblioteca de la Hispanic Society y para ello Sorolla se comprometió a recorrer todo el país para asegurarse una visión personal y alejada de cualquier estereotipo romántico, aunque apartada de la realidad territorial.
Centrado en su nuevo trabajo, quizás el que mayor repercusión internacional le haría lograr en vida, hubo de aguardar unos meses antes de ponerse manos a la obra, centrado en planificar el homenaje en forma de exposición a su amigo el pintor Aureliano de Beruete. En esa muestra, celebrada en la casa del propio Sorolla, se colocaron catorce lienzos con vistas de Ávila que el artista fallecido en 1912 había pintado durante su estancia en la ciudad en el verano de 1909. Animado por su amigo, Sorolla también había visitado la ciudad, de la que había dejado escrito que, sin llegar a sentirse mal, existía algo que le quitaba el deseo de pintar a gusto, quizás la triste pobreza de la naturaleza de un lugar del que, sin embargo, le atraía su severidad. De esa visita, probablemente lo que se lleve Sorolla consigo sean un par de anotaciones de algunos monumentos, como la basílica de San Vicente, para futuras obras que no llegaría a realizar.
En todo caso, pocos días después de clausurar la exposición de Beruete, Sorolla viajó en mayo de 1912 a Ávila acompañado de su amigo el pintor sueco Anders Zorn. En los diez días que pasó en la ciudad, el pintor valenciano realizó tres obras: Tipos de Ávila, Vista general y Murallas de Ávila. También tomó notas de la fuente del Pradillo, compró varias postales y llevó a cabo tareas de marchante para su mecenas Huntington, ofreciendo dinero por la portada renacentista del Palacio de los Águila y por un berraco vetón. Un año después, Sorolla pintaría una vista de la ciudad desde los Cuatro Postes y acabaría retratando también la fuente del Pradillo, que finalmente tendría un espacio dedicado junto con las murallas en La fiesta del pan, el primero de los catorce paneles que componen la Visión de España de la Hispanic Society de Nueva York.
En el panel, Sorolla retrata fielmente los trajes de cada región de Castilla: las mujeres que portan las hogazas, los maragatos de León, una mujer vestida de Lagartera, los tipos manchegos o el grupo de pastores. A la derecha se perciben cerámicas de Talavera y Ávila, símbolo de Castilla la Vieja, se alza frente a Toledo, separado de la muralla por la Sierra de Guadarrama. La destacada presencia de hogazas y costales de trigo y de harina hizo que críticos de arte como Pantorba interpretasen la composición como una fiesta, la 'fiesta del pan', aunque es poco probable que Sorolla quisiera inventarse un cortejo concreto. En cualquier caso, el pintor viajó incansablemente para lograr retratar los tipos populares basándose sobre todo en la indumentaria tradicional, reservando al paisaje el papel de marco y encuadre de un retrato personal y único de Castilla.
Pero la relación del pintor valenciano con Ávila puede analizarse también a través de los retratos que realizó de personajes ilustres de la ciudad, desde la familia De la Torre a los Duques de Parcent, pero también a partir de su correspondencia. Beruete relata a Sorolla la apasionada búsqueda de espacios para pintar que lleva a cabo José Villegas, mientras que López Mezquita o Daniel Vázquez Díaz le dan cuenta de los lienzos que están pintando en la ciudad.
Joaquín Sorolla falleció en agosto de 1923 en su casa de verano de Cercedilla, después de haber padecido una hemiplejia que había mermado sus condiciones físicas. Con más de dos mil obras catalogadas, es uno de los grandes maestros de pintura española, genio indiscutible de la luz y acreedor de una fama internacional e indiscutiblemente merecida. Sorolla encontró en la piedra y en las gentes de Ávila un ápice de esa ansiada inspiración que persiguen los pintores, una musa en forma de paisaje que supo retratar con su propio temperamento. La ciudad le debe, cien años después de su muerte, el reconocimiento que se merece.