Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Domingos

14/02/2021

Pertenezco a un grupo reducido: las personas a las que nos encantan los domingos. El día en que todo es reposo y tranquilidad. No siento el nerviosismo previo al lunes, solo la calma del final de la semana. Me deleito con pasmosa parsimonia en el discurrir de una jornada sin prisas ni impaciencia. Aunque ocurre, es difícil sacarme de mi rutina autoimpuesta de los domingos.
El día empieza tarde, me gusta remolonear. Desayuno con placidez, como si el aceite de las tostadas me hiciera flotar en una balsa. Con música de fondo me entrego al placer de comer despacio, de disfrutar cada sorbo, de pensar tranquilamente en nada mientras por mi cabeza pasa todo. Las mañanas de domingo son para pasarlas en la cama. En su mayor parte leyendo, aunque a veces, como hoy, escribiendo. Me estiro entre los cojines mientras avanzo en la obra de narrativa que pueda estar leyendo, o me centro en el ensayo que pueda haber llegado a mis manos en esos momentos. Pienso cuál será mi siguiente lectura, pues muchas veces acabo libro. Paso las horas de la mañana entre las sábanas y las páginas, remoloneando, mientras crezco. Muchos domingos me toca ir a por el periódico. Aunque prefiero que me lo traigan, salgo contenta de casa y camino hasta el quiosco, donde siempre me reciben por mi nombre, con una sonrisa y con muchos comentarios relativos a las cosas que tengo en común con quien me vende la prensa. Comercio local, de barrio, es en realidad el epicentro de la comunidad, uno de esos lugares que debemos luchar por mantener, donde más que un cliente eres un amigo, te conocen y te dan el mejor servicio, porque saben cómo eres.
Después del paseo, llega la comida. Hasta hace unos meses, los domingos comía con mis abuelos. Ahora ya no y, aunque antes me daba mucha pereza salir de la cama, añoro esos almuerzos dominicales, a mesa puesta con la comida de la abuela, esa que todos conocemos tan bien y tanto disfrutamos, seguida por una siesta con la película de turno. No veo la hora de que vuelvan a empezar estos rituales familiares, tan rutinarios que apenas valorábamos. 
Por la tarde, consigo eludir la televisión. Queda apagada mientras suena música y leo en el sofá. El Diario de Ávila. Puede que el suplemento. Igual toca empezar libro, igual toca acabarlo. Puede que esa mañana haya acabado una historia tan intensa que esa tarde lea ensayo, porque aún no estoy preparada para una novela nueva. A veces, doy vueltas porque no sé qué leer; no tengo claro qué me apetece o me apetecen varios. Consulto, decido. Remoloneo, bebo té. Decido qué me pondré al día siguiente. O la semana entera. Pienso qué tengo que hacer en los próximos días.
Y así transcurren los domingos. En un mar de tranquilidad y páginas, rodeada de familia y de dicha, descansando de la semana que dejo atrás y soñando con la que llega. Placeres pequeños, de los que conforman el día a día, al alcance de la mano de todos. A veces se rompe esta rutina, pero siempre es agradable también disfrutar de las excepciones. Vivo los domingos sin pena ni frustración, porque al día siguiente, empieza una nueva oportunidad que, seguramente, acabará  en la paz dominical.

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