Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


La vida paralela de Sánchez

04/02/2021

Actor protagonista de la película que le ha escrito un comunicador para mayor honra de su elegante figura, así es la vida de un señor que dice ser presidente de un Gobierno que, supuestamente, gestiona la vida de los españoles. Su ideario: La ambición sin límites.
Desde la excursión que inició hace poco más de tres años en su coche particular por las diversas sedes del partido distribuidas por toda la geografía nacional tras haber renunciado a su acta de diputado, por lo mal que le había tratado su partido, tuvo claro que su objetivo no sería otro que llegar a la Moncloa, lugar residencial destinado a unos pocos, club exclusivo al que quería pertenecer algún día.
Nadie sabe qué fue lo que escuchó en su periplo territorial y qué notas apuntó en su cuaderno de viaje desde finales de 2016, pero lo que sí sabemos es que con tenacidad, arrogancia y afán de supervivencia (resistencia) logró superar a propios y extraños y retomar la secretaría general de su partido que ya había disfrutado con anterioridad. Las crisis internas y los acontecimientos políticos surgidos en el partido de la oposición le animaron a presentar una moción de censura a Rajoy en mayo de 2018, que dio paso a que el rechazo a sus primeros presupuestos generales en febrero de 2019 le obligaran a convocar elecciones una año más tarde y, al no conseguir los apoyos suficientes, tener que volver a convocar otras elecciones en noviembre del mismo año.
El resultado favorable de los nuevos comicios le llevó a centrar su estrategia en aprovechar todas las abstenciones que había tenido anteriormente (UP, PNV, ERC, EH Bildu y otros) y firmar todo tipo de pactos a partir del abrazo con Pablo Iglesias, con tal de mantenerse en Moncloa por mucho tiempo. Su gurú personal, le elaboró el plan necesario que le permitiría disfrutar de una nueva vida al margen de los españoles; una estrategia que desarrollaría -sin límites- la mentira como herramienta comunicativa capaz de entretener a propios y extraños.
Desde este momento, Sánchez lleva una vida paralela a la de todos los españoles: esa gente que le estorba cada día más, a la que ignora y a quien le echa la culpa de todo lo que sucede en España.
Y esa vida paralela se ha mantenido a base de coche blindado, viajes en Falcon, disponer de un numeroso gobierno que demuestra su incapacidad permanentemente -así la culpa siempre es de los demás- o disfrutar de los palacetes patrimoniales. Pero llegó la pandemia y su tranquila vida se trastocó. Pero no se crean que mucho. A regañadientes se dedicó a aburrir a los españoles con homilías y discursos basados en palabras vacías y en eslóganes emocionales con los que pretendía mostrarse y decir que la solución estaba a las puertas (como ahora con la vacuna).
Hemos visto que harto de tanto trabajo decidió abandonar el timón del barco y pasárselo a las 17 autonomías. ¡Qué trabajen los demás! Y decidió que Illa y Simón dieran la cara, se machacaran, porque él, el líder, tenía cosas más importantes que hacer, aunque nunca supimos cuáles.
El engaño, la mentira –además de mover los peones al antojo del jefe- supuso organizar su vida en función de los intereses personales espurios. Jamás le preocuparon los españoles; su gestión estuvo y está basada en pasar un día más en el sillón de Moncloa. Y con la venta que ha hecho de España a los amigos que apoyaron la legislatura, está convencido de que su presidencia perdurará sine die.
La falta de autenticidad -grandes ocurrencias- y la evasión de responsabilidades han acompañado un año de Sánchez al frente del Gobierno. Su constante prevaricación se aprecia en el uso y abuso del poder (manos libres: Estados de Alarma, el BOE y el desmantelamiento irracional de la Constitución, son algunas tropelías) del que solo se benefician unos pocos ciudadanos (lo último, la ocupación de la propiedad privada). Una gestión que se sustenta en propuestas ideológicas de rango publicitario (¿dónde está la normativa para combatir realmente al Covid-19?), demoledoras campañas propagandísticas y manipuladoras de la servidumbre mediática que señalan a enemigos que obstaculizan su voluntad de hacer lo que no hace. Nos recuerda a Buster Keaton, al que todos conocimos como “cara de palo”, quien, ante la adversidad, procuraba seguir a su ritmo, sortear los problemas que le surgían por doquier y conseguir la serenidad necesaria para sobrevivir a la aventura.
Como sabemos, un político debe servir a la sociedad y ésta no debe estar al servicio del político. Aunque en la boca de los políticos siempre está su “vocación de servicio público”, queda claro que Sánchez solo ha buscado su propio bienestar. Un presidente que ignora la muerte de más de 95.000 ciudadanos y que jamás ha mostrado razones sociales y humanitarias, poco puede decir en su favor. Pero la propaganda es lo principal.
Una cosa está clara: no hay Gobierno que dure toda la vida. Sobre todo cuando no hay planificación ni estrategia adecuada que permita llevar el rumbo de un país. Le pueden servir los PGE para sobrellevar las borrascas, huracanes y pandemias, pero todo tiene su límite. Vivir al margen de la vida de los españoles, intervenir todo lo habido y por haber sin el respaldo de las instituciones -aunque lo arropen, conspiradores, manipuladores y vividores que solo buscan acabar con todo aquello que les impida medrar en sus intereses- y disponer de un poder basado en el engaño y la mentira, no garantiza una página de honor en la historia política de España.
Es la distancia que existe con ser un hombre digno, de éxito y respetado hasta la tumba, como Julián Besteiro.