Diego Izco

TIEMPO MUERTO

Diego Izco

Periodista especializado en información deportiva


Ramos

12/10/2020

Sergio Ramos se ajusta perfectamente a ese verso maravilloso: «Lo logró porque nadie le dijo que era imposible». En algún momento invitaron a derribar una pared a cabezazos y él se prestó voluntario, y así, tirando de autoestima ha logrado ser uno de los mejores centrales del fútbol moderno. De la ‘nada’, de un muchacho que era poco más de un portento físico y un enorme puñado de buenas intenciones, ha logrado ser el que marca los goles en el momento decisivo, especialista en tirar penaltis y faltas, un intimidador de manual, un muro casi infranqueable, el que sale al centro del campo a cortar con una autoridad de mariscal, que cambia la pelota a 50 metros con una precisión de cirujano... Todo lo ha logrado, en efecto, porque no quiso oír que no podría conseguirlo. ¿Por qué si no va por la vida con esa pose, esa sonrisa, esas barbas y esos tatuajes y graba esos vídeos ridículos y le da todo absolutamente igual y parece que está en el maldito mejor momento de su carrera a los 34 años? 
La selección española atraviesa un precioso instante de regeneración (‘niños’ que no superan los 22 años como motor del proyecto de Luis Enrique) que sería imposible de entender, no obstante, sin la jerarquía del capitán. 176 internacionalidades y campeón de todo, sigue jugando -a un nivel impresionante- porque en su interior alberga la idea de que todo puede desmoronarse (Camas, Madrid, España o incluso el planeta) si deja de hacer todo lo que hace. En esa convicción de ser una especie de Iron Man se basan todos sus éxitos y los de sus equipos. Un sobrado. 
El nivel de Ramos. El de Busquets. El de Navas... Sí, cualquiera puede llamar a la revolución juvenil y hacerla, pero en esto del fútbol hacen falta mariscales sobre los que asentar los proyectos. Y no hay espaldas más anchas que las del capitán.