M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Esperanzas

27/11/2022

La imagen de Ana Jiménez que acompaña –como es habitual– a este artículo, está tomada en la estación central de Copenhague y muestra a un grupo de mujeres musulmanas con sus hijos. Ellas cubren su cabeza con un pañuelo, tal como es habitual en muchos países de religión islámica. Pero no creamos que en todos los países con gentes de esta religión suceda esa obligación, pues como toda religión ésta es interpretada de forma diferente según el lugar.
Una de las escasas y buenas últimas noticias ocurridas en estos días, ha tenido lugar en Irán, ese país regido por un sistema totalitario de corte religioso donde los derechos de las personas quedan supeditados a un orden moral y político en el que los clérigos y las milicias religiosas imponen su criterio y ley por la fuerza. Hace unos pocos años, un conocido que ha visitado ya un centenar de países del mundo, me comentaba que de todos los países que ha visitado, las gentes de Irán son las más amables y atentas que se ha encontrado. Una amiga que ha vivido allí un par de años me lo corrobora, aunque ella, como toda mujer, ha tenido que llevar cubierta su cabeza con el obligatorio pañuelo.
La noticia es que, tras un coste elevadísimo de víctimas –en torno a trescientos muertos y cerca de quince mil personas detenidas-, las mujeres han conseguido que, al menos en Teherán, puedan llevar la cabeza descubierta y esto no sea motivo de detención y hasta de tortura o asesinato, como pasó con la joven Mahsa Amini por no llevar correctamente colocado el velo y vérsele algo el pelo. Irán era un país en el que antes de la "revolución" de los ayatolás en el 79, las mujeres disponían de un grado elevado de derechos y, entre ellos, poder ir libremente por la calle vestidas como quisieran.
En algunos países europeos se debate acerca de cuál debe de ser el grado de permisividad del velo islámico en las calles, escuelas y demás lugares públicos, pues entra en choque con los derechos de libertad conquistados por las mujeres en occidente. Como maestro, he tenido una docena de alumnos de origen magrebí. A todos los llevo en el corazón, pues encontré aspectos positivos en la totalidad de ellos. Sobre todo, eran respetuosos con los demás y con las normas de convivencia. Recuerdo que, en los primeros años, alguna madre no llevaba el velo islámico, pero a partir de un momento determinado empezó a llevarlo. La respuesta que me dio su marido es que las mujeres islámicas tienen que llevar el velo. Tengo la impresión de que las interpretaciones más rigoristas del islam también en occidente se están imponiendo. Por convicción o por miedo.
Hay quienes han venido a nuestro país buscando una oportunidad de vida diferente para sus hijas. Así me lo han expresado algunos padres y madres, pues consideran que en sus países de origen la mujer no tiene acceso a la educación básica y superior con igualdad de oportunidades y calidad. Algunas de estas alumnas, excelentes estudiantes y mejores personas, estudiarán en la universidad y serán buenas profesionales, no me cabe duda. Y espero y sueño con que puedan ser libres y elegir cómo pensar, cómo vestir, cómo ser. Que ningún hombre, bien sea su esposo, padre, hermano o el imán, las imponga su sentido rigorista de la religión. Si eligen libremente llevar el velo, que así sea. Pero que su dignidad en la igualdad de derechos no sea derrotada por herencias culturales discriminatorias que hemos de intentar superar.