Lorenzo Fernández

Aula de papel

Lorenzo Fernández


Flecos (III) Jugar en campo contrario

19/02/2021

No sé por qué, pero el tiempo que media entre el primer avance de resultados vía las célebres «israelitas» o encuestas a pie de urna y el escrutinio medianamente avanzado, me ha venido recordando muchas veces una película y novela tituladas ‘Las horas perdidas’. Era y es el tiempo que columnistas y tertulianos dedican a elucubrar sobre unos primeros avances de datos que luego pueden no verse confirmados por el recuento electoral. En no pocas ocasiones es, en efecto, periodo desaprovechado. 
He de confesar, sin embargo, que en las elecciones catalanas del domingo no me sucedió así. Las «israelitas» venían a coincidir en los principales números y eran muy claras: empate técnico en cabeza entre PSC, Esquerra y Junts, notable auge de Vox, caídas espectaculares de Ciudadanos y Partido Popular, y perspectivas de alta abstención. Hasta el cuestionado CIS de Tezanos no había errado demasiado en sus pronósticos.
El esquema se mantuvo durante toda la noche y así quedó confirmado cuando el escrutinio se dio por concluido en torno a la hora más o menos habitual de las doce de la noche.  Tan así fue que los grandes titulares de las ediciones digitales de aquellos primeros minutos habrían de ser en muy buena medida válidos para las más tardías ediciones en papel: «Illa gana en votos, pero los independentistas suman mayoría absoluta», titulaba alguno; «El triunfo de Illa no evita el fortalecimiento del independentismo», escribía otro. Quien entraba en valoraciones se atrevía a decir que «Cataluña sigue en el mismo bucle y puede que un poquito peor». 
Nada, pues, de noche de infarto, salvo en los principales cuarteles del soberanismo, que ya andaban enfrascados en la –para nosotros– aburrida matraca en torno al eventual nuevo presidente de la comunidad autónoma. Alguno ya pedía una especie de PCR político previo que garantizara el pedigrí independentista. 
*¿Y del fracaso del Partido Popular qué se decía? Fue otro de los grandes temas de la noche y días sucesivos. El PP había presentado un buen candidato como principal cartel electoral: un hombre europeísta, liberal y de fácil talante para la comunicación política como Alejandro Fernández (44 años, aunque aparenta más edad). 
Su propósito inicial había sido doble: mejorar resultados (ya precarios) y lograr grupo parlamentario propio (mínimo de cinco diputados). Ni una ni otra cosa consiguió. Poco amigo de edulcorar la realidad, calificó de «malos» los resultados: un escaño menos y sólo 107.000 votos en toda la comunidad (3,8 por ciento). Mínimo histórico.
En sus primeras declaraciones postelectorales lamentó cómo después de un prometedor comienzo de campaña, todo se truncó de repente. Desde Génova ello se achacaba a la eclosión de Bárcenas ante los tribunales –tema ya más que descontado– o a la rotunda ruptura con Vox en la moción de censura presentada por Abascal. 
Tengo para mí que Fernández estuvo más atinado y que sin dar nombres, sin lanzar «fuego amigo» como hacen otros y casi entre dientes lo atribuyó al llamado «error Casado»; esto es, al pésimo e inoportuno desmarque hecho en entrevista radiofónica sobre la actuación de las Fuerzas de Seguridad y del propio Rajoy en el referéndum ilegal del 1-O de 2017. No fue tan así, pero así se tomó. 
La verdad es que sorprendió a propios y extraños. Y creo que, en efecto, aquello tuvo que despistar –¿otro volantazo?– y disgustar a buena parte del electorado popular, que terminó por optar por la contundencia de Vox o por quedarse en casa.
Si ya de entrada el Partido Popular juega en Cataluña como en campo contrario (independentista y de izquierda), haber echado leña al fuego en plena campaña y sobre sus propias filas pudo haber resultado definitivo. La decisión última de dejar la histórica sede de Génova no creo que tampoco haya gustado.