Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Banca

30/07/2020

Una de las salmodias más recurrentes de quienes hacen de la demagogia su estilo argumental consiste en equiparar a la banca con el diablo y tratarla como a Lucifer. En España, el país que echó a gorrazos a los judíos y a los jesuitas, hay mucha gente dispuesta a engullir el placebo según el cual aplastar a la banca es solucionar los problemas de la economía de la gente sencilla. Y ahí siguen, zafados tras algunos partidos políticos radicales, esperando a la que salta para atizarle el enésimo garrotazo a los ladinos de los banqueros.

Por primera vez en su historia, el banco más grande de España y la principal entidad financiera de Castilla y León por activos, el Banco de Santander, reportó pérdidas equivalentes al presupuesto de la Junta, por decirlo de un modo gráfico. Es un ajuste contable, pero el hecho es que la entidad vale mucho menos por la devaluación de sus participaciones. Es el precio de la crisis de la Covid, que a su vez actúa como levadura acelerante de procesos de transformación que ya estaban en marcha y ahora se precipitan.

Traerá consecuencias en el empleo, en las oficinas disponibles en el medio rural, en el crédito: en definitiva, acarreará una reconstrucción bestial de la banca, que acometerá simultáneamente un proceso de concentraciones y fusiones que apuntillará la presencialidad y los puestos de trabajo.

Lo ocurrido ayer con el Santander es extremo, pero afectó a otras entidades como el Deutsche o el Barclays. Se esperan más cuentas en las próximas horas, todos con la vista puesta en otoño. Ayudar a la banca puede empezar a ser una necesidad más pronto que tarde. Es por eso que cuando empiecen los ajustes conviene no errar el tiro: millones de familias dependen de la banca y conviene no olvidarlo.