Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


El contenido, el continente

07/05/2022

El cuerpo nos contiene y nos acoge desde el nacimiento. La herencia genética elige caprichosamente de aquí y de allí, forma el cóctel que somos, nos da la forma, quizás algo del fondo, nos modela, y eso es lo que mostramos ante todos, lo que ven, por lo que se nos identifica, el físico, el continente. Una variedad extensa y amplia como mares, diversa y revolucionariamente dispar, nadie es igual a nadie. Sin embargo existen estándares de lo que es bello o no en esa oceánica pluralidad de seres humanos; de lo que es aceptable; de dónde están los límites de edad en esos cuerpos para ciertas cosas; de hasta dónde se llega dependiendo de la carcasa de la que disfrutas hasta el óbito.
En esto, como en otros muchos campos, no estamos aprendiendo nada. Cada vez es más la exigencia que se nos imprime, obligados a mantener ciertos parámetros para ser aceptados, da igual si eres muy joven o si la pubertad te acecha ya en cambio de solsticio, o si estás en edad de procrear, o si has procreado, o si la jubilación es tu próxima estación de tránsito. El caso es que el aspecto prima ante lo íntimo y veraz del contenido.
Se tergiversa permanentemente el sentido de lo que es belleza, porque «lo bello» en las personas no es en sí el continente, sino una mezcla en la que el contenido tiene más que decir, es él quien rebosa la mirada de inteligente determinación, el que defiende las ideas de forma vehemente sacando el brillo a un argumento, el que sabe escoger las palabras exactas en una situación comprometida, el que acaricia y no presiona, el que guía. Parece que se obvia que la persona no es el centímetro que sobra o falta, de ancho o de alto, y sí la sonrisa, el llanto y la energía que se desprende de manera inconsciente en cada uno. Es más el contenido lo que nos hace expresamente únicos.  
En esta era avanzamos sin tregua en nuevas formas de comunicarnos; los descubrimientos son constantes alrededor de las grandes áreas del conocimiento; podemos desplazarnos miles de kilómetros en unas pocas horas; se ensayan los transportes sin conductor humano; se habla de algoritmos y de metaversos e incluso se hacen viajes de placer al espacio. Una larga retahíla de increíbles logros gracias al desarrollo y a la evolución del contenido de multitud de humanos. 
Pero seguimos dando la mayor importancia al continente, haciendo así de menos a muchos cuyo contenido atravesaría puentes insalvables. Anulamos, en suma, como sociedad, a millones de hombres y mujeres por su aspecto, su edad o su genética. Creamos imágenes perfectas en un mundo en el que la perfección está descartada per se. Empujamos a estándares físicos que, por inalcanzables, en la mayoría de ocasiones se convierten en verdaderos calvarios para muchos.
No estamos aprendiendo nada. No hemos aprendido nada. La filosofía se ha convertido en un área aparcada; el pensamiento se dirime en programas absurdos de televisión o en podcasts de consumo fumable. Solo los poetas, los filósofos, los pensadores, los que se sientan sin pretensiones a ver un atardecer, los que bucean en el contenido, pueden salvarnos como colectivo, como seres pensantes que, se supone, somos. 

ARCHIVADO EN: Genética, Jubilación