Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


Queipo de Llano

07/11/2022

Así se llamaba la calle donde nací y pasé mi infancia y parte de la juventud. Hasta que en un momento posterior un Ayuntamiento elegido democráticamente tuvo a bien recuperar el nombre tradicional, que era el de Calle Los Tintes, y que es el que hoy la identifica. Como pueden imaginar, en aquella época infantil no tenía yo la menor idea de quien pudiera ser el personaje que daba nombre a la calle donde vivía; seguro que muchas veces escribí o pronuncié su nombre, cada vez que fuera necesario consignar la dirección postal en algún impreso o en algún trámite, pero siempre desde la más completa ignorancia respecto a la identidad del buen señor. Según creo recordar, la denominación de la calle no incluía el título que precedía a aquellos apellidos: simplemente calle Queipo de Llano, no calle del General Queipo de Llano. De haber sido así, tal vez ese detalle me hubiera proporcionado alguna referencia, o me hubiera estimulado algo más de curiosidad. Pero, en esa etapa de la vida, es probable que obtener información para un mayor conocimiento del personaje no era una de mis principales preocupaciones ni de mis inquietudes más inmediatas.

Fue bastante después, cuando tomé conciencia de lo que había detrás, y de la naturaleza de los méritos que adornaban a aquel señor, de nombre Gonzalo, y natural de Tordesillas. Supe entonces que había sido, tras una vida militar llena de episodios curiosos, de aventuras sonadas y de bravuconadas, el artífice de la rebelión en Andalucía, verdadero líder, e impulsor personal y directo de la represión más sangrienta de aquellos tiempos. Conocido era por sus arengas radiofónicas, piezas únicas de incitación a la violencia y al odio; famoso también por aquella expresión que popularizó ("Dadles café, mucho café"), cuando sus subordinados le preguntaban por la decisión a tomar con personas arrestadas, sabiendo lo que tal consigna significaba.

Me horroriza cualquier acto de crueldad o de injusticia, venga de donde venga, tenga el signo que tenga, y sea cual sea el objetivo que persiga. En la Guerra Civil los hubo por todas las partes, y todos me merecen el mismo rechazo. Pero que el citado General haya permanecido tanto tiempo a los pies de la Macarena, en la Basílica sevillana, no era de recibo. Sin alardes ni aspavientos, sin revolver más de lo mínimo imprescindible y sin levantar mucho polvo, me parece muy correcto que sus restos hayan salido de allí; como me pareció muy correcto que, en su día, su apellido dejara de identificar la calle donde nací.