Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


La belleza del otoño

06/11/2020

Una imagen me sorprendía esta mañana. Era la luz radiante que desprendía un chopo con sus hojas brillantes y amarillentas. En medio de la neblina y la llovizna tuve la sensación de que algún rayo de sol se había colado entre las nubes apelmazadas. Y aunque intentaba localizar la procedencia del rayo, lo cierto es que no existía. La luz amarilla resplandecía por sí misma. Una imagen que, quizás como ninguna otra, nos habla de los tiempos que estamos viviendo: donde la amenaza de la oscuridad nos acecha, donde las vestiduras verdes de la esperanza van dejando paso a la desnudez de la muerte aparente, donde los cielos lloran, y en sus lágrimas orientadas hacia la tierra olvidan que por encima el sol no ha dejado de brillar ni un solo día.
Esa perspectiva sombría, triste o nostálgica que lleva consigo el otoño parece caminar al compás de una realidad que cada día nos duele más. Directa o indirectamente nos afecta. Vemos cómo el avance del virus y las restricciones o medidas que se toman, van calando y formateando nuestro disco duro. Tanta tristeza, tanta desesperación, tanta incerteza… Y por mucho que lo intentemos es imposible huir de la realidad. 
Por eso quiero quedarme con una imagen real de este otoño. Aún en el letargo que nos domina, sigue habiendo vida. Un simple chopo que parece morir, no se resigna solo a eso, sino que lo hace resplandeciendo y brillando, casi como si ante la aparente muerte estuviese dando lo más bello de sí, preanunciando con el oro volátil que el sol seguirá brillando.
Y aunque necesitamos de la poesía de la vida, no podemos caer en el ilusionismo que nos alejaría de la realidad. Pienso en tantas personas que están sufriendo, que están perdiendo la esperanza; en tantos que han visto como se desmoronaba lo construido con tanto esfuerzo y sacrificio; pienso en los que están solos y llenos de temores. Y no basta con decir que todo se va a arreglar.
Asistimos desolados ante una política más centrada en su propio interés y no en la realidad concreta de los ciudadanos. Hay días, – y tengo que confesarlo-, en que resulta tan difícil encontrar motivos de esperanza cuando parece que la única realidad es la de las malas noticias.  
Pero al igual que el otoño está lleno de su belleza si sabemos mirar, los nubarrones de la pandemia también esconden posibilidades de múltiples colores. Desde las tonalidades rojizas y anaranjadas del amor que permanece y se convierte en la savia que nos sigue manteniendo vivos, a los amarillos y marrones del descubrimiento de las verdaderas manos que nos sostienen y que, quizás no hablan mucho ni prometen, pero que sí actúan llegado el momento; o de los verdes perennes que nos alienta a creer que siempre hay esperanza, que mientras hay vida podemos aspirar a una primavera floreciente. 
Son momentos duros, muy duros; son momentos para rescatar y creer en la grandeza del ser humano, a pesar del deshumanismo travestido de modernidad y progresismo. Todos los otoños de nuestra historia, aunque se encaminen hacia el invierno, han sido los terrenos donde han crecido y madurado los grandes valores que nos han sustentado, o donde se han derrumbado las promesas de paraíso disfrazadas de mentira. Quizás estamos ante un necesario e imprescindible cambio de época. Y ahí todos tenemos la oportunidad de convertirnos en constructores protagonistas.